jueves, 27 de diciembre de 2012

Cuentos domésticos. La nevera y el calendario


Cuentos domésticos. La nevera y el calendario.

Esto que os voy a contar es el "exquisito" trato profesional que recibimos de una importante empresa de electrodomésticos (una multinacional) de la cual no voy a decir su nombre y de una Caja de Ahorros, de la que tampoco voy a decir su nombre, y que ya hace mucho tiempo que no da una a derechas. Pero os juro que todo lo que voy a contar es verdad (yo tengo imaginación pero no tanta). 


Uno, cuándo se compra un electrodoméstico, mira de sustituirlo por uno mejor, que sea de buena marca, o al menos que te merezca una cierta garantía. En este caso estoy hablando de una nevera. Antes de decidirte por un modelo u otro, valoras su capacidad y su precio, y a poder ser que dure (aunque ahora cada vez duran menos). Una nevera la ves y la compartes cada día y es la despensa familiar y abastecimiento de la casa. El otro tema a plantearte es que haces con la nevera vieja. Cuando efectué la compra me dijeron que no me preocupara, que ellos se llevarían el cadáver, al tiempo que me traían la nueva. Es una alegría cuándo te traen la nevera nueva, blanca y resplandeciente y tu la llenas con las bebidas y alimentos preferidos para consumirlos cuando te apetezca. Pero amigos, la alegría nos duró poco; al cabo de unos días de funcionar se paró. Cuando esto pasa, lo único que se te ocurre es mirar los fusibles y el enchufe (es hasta donde alcanzan mis conocimientos). Mierda me dije, ya me han timado, pero uno piensa que la marca escogida es buena y que por otra parte, tiene un año de garantía. Llamas al servicio posventa, y te dicen no se preocupe señor que le mandamos un técnico. Viene el técnico y me dice: no se preocupe señor que esta nevera es de última tecnología, en fin que es de la mejores, y se la dejaremos nueva. Pero oiga, que raro que deje de funcionar tan pronto, le preguntas sutilmente al técnico, y te responde: a veces pasa. Cuando te dicen el fatal, a veces pasa, date por jodido; es que te ha tocado la tonta. Al cabo de una hora, el técnico da por finalizada la reparación y me da unos papeles a firmar. La nevera se porta bien unos días hasta que de pronto, tu mujer te dice esta nevera que has comprado es un timo, porque se ha vuelto a parar. Y tu piensas, ya me las he cargado. Pero bueno, el técnico viene otra vez con su enorme caja de herramientas desplegable de tres pisos. Lo dejas solo trabajando, y al cabo de una hora te dice, firme aquí porque la nevera ya funciona y tu, de pasada, le preguntas: opina que es normal que una nevera nueva se estropee dos veces en un mes. Te responde el tan temido, que a veces pasa. Pasan unos días, no muchos y la nevera de marca buena dice basta, se para, y se para por tercera vez. Menos mal que el congelador continua funcionando. Llamo al técnico. El tío aparece con la enorme caja de herramientas de tres pisos, además, el hombre me viene esta vez con una cosa enorme enrollada. Yo le pregunto que es aquello tan grande y para que lo lleva consigo, me dice que es para reparar la nevera y que como la nevera es grande a tenido que coger el cubridor más grande. Me pregunto para que coño sirve un cubridor grande. A mi se me pone la mosca detrás de la oreja. El técnico sigue impertérrito con su trabajo. Pero aquel día en vez de irme al estudio (siempre los dejo solos, pues no me gusta que la gente trabaje bajo presión) permanezco a su lado, en parte intrigado en que va ha hacer con el cubridor. Acto seguido lo desenrolla y lo extiende en el suelo. Y me digo, mira que limpio; lo hace para no ensuciar la cerámica mientras vacía algún conducto de la nevera. Pero de repente veo que el hombre separa la nevera de la pared y agarra aquella especie de compresa gigante para cubrir el circuito de refrigeración que llevan las neveras en su parte posterior. Y entonces le digo yo al hombre, ya un poco alterado: no va a pretender colocarle esta enorme compresa gigante a la nevera. Y me dice que sí, que de esta manera absorbe el exceso de humedad del circuito y que este es el motivo por el cual se estropea. Y lo le digo si esta de coña. Y que como va hacer una reparación colocando aquello detrás del frigorífico. Me dice que es que estamos muy cera del mar y, que aquella especie de compresa gigante sirve como de abrigo absorbente para el exceso de humedad. Le respondo que estamos a tres kilómetros del mar y que un exceso de humedad no tiene porque estropear las neveras y que, en todo caso, no tiene ningún sentido que todas las neveras cercanas al mar vayan provistas de compresas gigantes. El hombre con toda la naturalidad del mundo me responde que es la forma de arreglar las neveras y yo le respondo con toda la naturalidad del mundo: que se lleve la puta nevera de una vez por todas y que me traigan una de nuevo porque sino les monto un Cristo. El tío me vio tan alterado que ni me dio a firmar los papeles de turno, y se retiró medio deprisa, al tiempo que doblaba aquel artefacto que el llamaba el cubridor. Al cabo de unos días vinieron a cambiarla por una nueva.






























Montse apunta cuidadosamente todos sus programas y controles médicos y también los míos en los casilleros del calendario que cada año nos facilita la Caja de turno. Por esta razón es tan importante tener un calendario con un generoso casillero para puntuales anotaciones. Es, en definitiva, nuestra agenda. De esta caja de ahorros, y por lo que voy a escribir a continuación no voy a dar el nombre. En el pueblo hay dos cajas de diferentes entidades. Con una trabajamos desde que estamos en Barcelona. Es decir que, estoy hablando de hace muchos, muchísimos años. El día de autos, Montse me dice: mientras yo voy a buscar el pan tu te acercas a la caja y que te den un calendario. Le digo al chico (era un tío de unos veinticinco años) que había detrás de la ventanilla: quisiera el calendario del año que viene. Me pregunta el chico si soy cliente de la caja. Le respondo que sí, que de toda la vida y que además tenemos la pensiones y lo ahorros depositados en su entidad (argumentos bastante sólidos como para que te faciliten un calendario, ni siquiera pedí dos)). Pero el chico insiste, y me pregunta si tenemos la cuenta corriente en aquella misma oficina, yo le digo que no, que la tenemos en una oficina de Barcelona y que, por favor me diera ya el calendario puesto que mi mujer me estaba esperando (todo de buenas maneras). Me dice el tío que no me lo puede dar por no ser cliente directo de aquella oficina, y que primero tienen preferencia los clientes de aquella oficina. Salgo de la oficina, y Montse me dice y el calendario y le digo que no me lo dan por no ser clientes directos de aquella oficina. Ella piensa que bromeo, y me dice que lo que pasa es que no les han llegado. Luego ya ve que no va de broma. Entramos los dos y vuelvo a repetir la misma escena delante de ella (es que no se lo creía). Y el tío, sobrado como la primera vez, da exactamente las mismas respuestas. Que si queremos un calendario vayamos a Barcelona a ochenta kilómetros a buscarlo y que, en todo caso, si al final del año sobra uno, que nos lo daría (os lo juro, que no pongo ni quito nada) y esto como un favor. Le digo que sí todo lo que me esta diciendo va en serio. Y el tío me dice que sí. Montse no se lo piensa dos veces (yo soy algo mas lento) y le dice que quiere cancelar inmediatamente la cuenta con la caja y retirar de allí su pensión. El tío ni se inmuta. Salimos de allí y nos vamos directamente a la caja del lado, es decir, a la competencia, para saber que tenemos que hacer para pasarlo todo a su caja. Nos dice que les facilitemos los papeles con los saldos para reclamar el traspaso de las cuentas, y que ellos mismos ya se encargarán de todo, que no nos preocupemos por nada y que, el tema del pago de los recibos, también lo tramitaran. Ah, y además que tipo de reloj queríamos. Atención exquisita.Y claro, a partir de aquí  tramitamos todo. Unos pierden las cuentas y otros la ganan, unos son competentes y otros no, he aquí la gran diferencia. Y no me extraña, unos están arriba y los otros están abajo. 

Moraleja: La profesionalidad, el buen trato, la buena predisposición y atención al cliente dan sus frutos. Por el contrario, la negligencia, y la desgana pueden hundir cualquier negocio o empresa. Desgraciadamente, y a mi entender, en este país tenemos más de lo segundo que de lo primero. Así nos va.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Cuento de Navidad. El nadador


Siempre me ha gustado nadar, sobre todo en el mar. Si por mi fuera estaría nadando todo el año, pero amigos, el agua a partir del mes de noviembre y hasta marzo esta fría, muy fría. Para mi, el nadar ha sido el sustituto deportivo al juego de las palas. Todo vale para mantenerse en forma. Hace años que jugaba a las palas, aunque ahora se le llama tenis playa, y al cual juega cada día más gente con raquetas más sofisticadas (ahora a las palas las llaman raquetas). Yo había jugado mucho, pero mis rodillas me han obligado a buscar otras alternativas para hacer deporte y es por esto que me he inclinado por la natación; recomendada por mi traumatólogo, de la cual dice que va muy bien para el cuerpo y que, de ninguna manera te puedes lesionar, en todo caso, sólo te puedes ahogar. Aparte de esto, ahora, si bajas con una pala bajo el brazo con ganas de jugar se te puede hacer de noche, antes de que alguien te diga si quieres entrar en una partida. Me he vuelto invisible (la edad no perdona). Invéntate juegos para esto.

El inconveniente de nadar en el mar es que tienes que estar pendiente de si hace buena o mala mar y si las banderas son aptas para nadar. Bueno, la cuestión es que para poder nadar en los días fríos me he comprado un traje de nadador de estos que usan los que hacen triatlón. Se trata de un traje de neopreno de tres milímetros de grosor de cuerpo entero, y que te permite nadar hasta en los meses en que la temperatura del agua ha bajado tanto, que en el mar solo quedan los peces y tu. Este traje me lo compre en el decatlón bajo el asesoramiento de una experta vendedora en temas acuáticos. Me dijo la vendedora: con este traje, más el peto de tres milímetros (una especie de zamarra negra) más el gorro y los escarpines le van a permitir nadar casi todo el año. Sólo hay un inconveniente, añadió la experta del decatlón (esto me sonó como una advertencia bíblica): y es que tendrá que ir a nadar acompañado (me debió ver algo mayor), porque sí bien el traje es bueno para evitar el frío, tiene un problema que es bajarse la cremallera; bueno bajarse la cremallera y subirla, puesto que dicha cremallera esta en la espalda y las dificultades para hacer ambas cosas, son de lo más complicado que uno pueda imaginarse. Y tenía razón la vendedora. Yo os voy a contar mi caso, y de lo que me pasó un día de buena mar apta para nadar, o sea: bandera verde y el mar tranquilo. Para estar seguro de todo el equipo que me iba a comprar, antes me lo probé en una de los pequeños probadores del decatlón y, para ponérmelo, ya estuve a punto de sufrir un ataque de pánico (pero nada comparado a lo que me paso posteriormente). 

Para mi hora de natación, bajo al barrio marítimo donde hay un conjunto de barcas, casi todas propiedad de mi hermano, puesto que todos los que las han ido dejando se las han pasado a mi hermano (gran amante de las barcas) para que haga su mantenimiento (abandonar una barca es duro). Bien, pues en una de estas barcas tenemos el punto de partida. En ella dejo mi ropa y calzado, mientras tanto, Montse se va a caminar, normalmente en dirección a los pinos (lugar de referencia en Torredembarra). De tal forma que cuando ella llega de la caminata, me espera a que yo salga del agua y así, de esta manera, me baja la cremallera de marras y yo me quito el traje sin más problemas. Pero amigos, este día Montse se había ido a comprar después de haber hecho su caminata (y, ya se sabe, cuando una mujer se va a comprar, y mas en estas fechas, tarda un huevo). La cuestión es, que cuando salí del agua, ella no estaba en la barca para bajarme la cremallera (dicho así parece una estrofa de una canción picante). Parece una solemne tontería esto de bajarse una cremallera situada en la espalda de un traje de neopreno, bueno quizás si para un profesional pero yo no lo soy. Además tengo una cierta artrósis en ambos codos, con lo cual mi movilidad de brazos se ve un tanto reducida. Así es que no tenía más remedio que hacerlo por mi cuenta. De entrada pensé que no iba a ser tan difícil y que sí la habían puesto en la espalda pues sería posible (al menos para la mayoría de los mortales). Mi primera intención fue Intentar llegar a la cremallera por el gesto normal de acceder a mi espalda y coger el tirador de la misma (Llamo tirador a una cinta que va conectada al cierre de la cremallera). Y la verdad es que si, con esfuerzo se podía coger el tirador, pero amigos, bajarla no me era posible, porque, como tienes que bajarla recta hacia abajo y con una sola mano, al hacer el movimiento hacia abajo, la tendencia es que se te vaya hacia los lados y entonces la cremallera no corre. Lo intenté con la izquierda y luego con la derecha y no había manera. Me encontraba en esta estado cuando me di cuenta que en casa del Bofill (una torre emblemática del barrio marítimo) había una mujer (del tipo marujona) que me estaba mirando, la mujer había dejado de leer lo que estuviera leyendo y tan solo prestaba atención a mis torpes movimientos. Yo pensé que en vez de estar mirando me podía echar una mano la muy zorra. Pero bueno, yo también le hubiese podido pedir ayuda. La cuestión es que me sabia mal, que por una cosa tan tonta como bajarse una cremallera me tuviesen que auxiliar (uno con la edad se vuelve más orgulloso). Finalmente y después de varios intentos en el que se me agarrotaron mis maltrechos y fríos codos, ya no podía llegar con mis manos al extremo de la puta cremallera. Estaba cogiendo frío y Montse no venía, y la tía de la torre continuaba mirando. Lo que hice acto seguido para poder agarrar el extremo de la corredera, fue dar un rápido y enérgico movimientos de hombro, acompañado con un saltito, con sacudida e impulso incluido, para ver si el maldito extremo subía hacia arriba, y mientras hacía este gesto doblaba la parte superior del cuerpo hacia abajo, para ver si así asomaba la cabeza de la cinta, pero la jodida cinta rebotaba y volvía a su sitio. Yo mientras, miraba a mi alrededor no fueran a creerse la gente que me había cogido una pájara todo vestido de negro y con el gorro puesto. Menos mal que la mujer que estaba mirando se había ausentado, y pensé que ya se había cansado de mirar, bueno, así no me vera más haciendo el número. Luego dejé aquellos movimientos un tanto extraños y me concentré. Uno, cuando esta en estas situaciones se tiene que poner a pensar a fondo para poder salir de ellas. Entonces me tumbe encima de la barca (la barca tiene unas maderas encima que la protegen) y me dije: así de esta manera me cansaré menos y podré asir la cinta para bajar la cremallera. Con esto, mire hacia la torre y ya había vuelto la mujer, esta vez con otra mujer (también del tipo marujona) con la cual estaban cuchicheando, sin parar de mirarme. Aquello me estaba incomodando pero yo tenía que ir a lo mío. En aquel momento en la casa ya eran tres, puesto que se había añadido un niño con su perro y me estaban mirando descaradamente esperando el desenlace. Luego, ya sin pudor, fui reptando hasta el borde de la barca y me dije, si me asomo lentamente, el extremo de la cremallera caerá (por la ley de la gravedad) y entonces la podré coger y así de esta manera, tumbado, la bajare tirando con  ambas manos. Nada, imposible. Después, ya como última solución, me puse de rodillas como sí me fueran a ejecutar y decidí que, con esta postura, seguro agarraría bien el extremo, y entonces si la podría bajar. En aquel momento, desde mi humillante posición veía a los de la torre que habían ladeado la cabeza (incluido el perro) para verme la cara. Hasta qué, finalmente, y después de un cuarto de hora haciendo el número, llego Montse y la bajó. Y pensé en la madre que los parió a los que inventaron el traje: podían haber puesto la jodida cremallera delante. Porque ¿alguien me puede decir, porque las cremalleras de los trajes de neopreno para nadar, van a la espalda?.

martes, 18 de diciembre de 2012

Rocas 5 (Newtown)




En mi ultimo viaje descubrí un paisaje con unas rocas de unas formas inquietantes. En mis anteriores trabajos sobre rocas (publicadas en este bol), mi amigo Marc me dijo: estas rocas que haces, si te las miras bien. parece que estén vivas, y añadió ¿Quieres decir que no no lo están?. Esto me hizo reflexionar. Uno cuando se hace mayor (tampoco tanto) o se se calienta el cerebro (estilo Punset) o se le derrite (no voy a poner ejemplos). La cuestión es que, bien miradas, empecé a ver formas en las rocas. Y he aquí este último trabajo, del que vendrán posteriores, con mis visiones halladas en las rocas vivas.

Cuando estaba haciendo este trabajo estalló la tragedia de Neutown. Aquella absurda y brutal matanza me hizo estremecer. El hecho de que fuera un niño el que viera entre las rocas no tiene nada que ver con el tema, puesto que hacía días que estaba realizando esta tela. Lo que si hizo en mi esta brutal noticia, fue ponerle más pasión y al mismo tiempo ternura, mucha más ternura, a mis pinceles.  

jueves, 6 de diciembre de 2012

Cuento de Invierno. Los tres perritos.



Que vaya por delante que no tengo nada en contra de los perros, sino más bien todo lo contrario. A lo largo de mi vida he tenido dos, y he llorado por ambos cuando los he perdido. Pero, de ello hace ya algún tiempo, y el hombre pasa por diferentes circunstancias que, a veces, le hacen cambiar su punto de vista. 

La cuestión es, que ahora tengo unos perros cerca de mi casa que son como una pesadilla. Escribo este cuento porque, entre otras cosas, no deja de ser una forma de aliviar la tensión que me producen sus continuos e incontrolados ladridos. El propietario, buen vecino, no los tiene como mascotas, sino que los utiliza para cazar. Se trata de un cazador de la llamada caza menor (perdices, conejos, liebres, tórtolas, etc). Para este fin, les ha construido a los perros una especie de recinto para tenerlos controlados y sacarlos a cazar los domingos y fiestas de guardar. Así es, que el resto de la semana, permanecen encerrados y por lo tanto alterados, muy alterados. La raza de los perros no la se, pero uno, el más cabrón de todos, tiene las orejas puntiagudas, es delgado, de ojos pequeños y muy activo (aparte de ladrar no para de moverse); el segundo es como el primero pero más bajito (algo corto de patas diría yo) y, eso si, con menos voz. Tengo que decir que este segundo perro está siempre alterado, ya que sufre constantemente el acecho del primero, creo que con el fin de montárselo (ignoro el sexo de los perros); el tercero quizás sea el más tranquilo, blanco y negro y de orejas caídas, (es un perro triste y el más sensible, y sólo se anima a ladrar, si los dos primeros dan la murga, cosa nada infrecuente). Por otra parte, y según dice mi vecino, son buenos en su oficio, sobre todo el cabroncete. El trabajo de los perros, consiste en espantar y levantar la caza a todo lo que se mueva entre matorrales, para que, a su vez, el cazador remate la faena a tiros. 
Reseñadas las características de los actuales perros, he de decir, para ser justo a la verdad, que no todos los perros de mi vecino hayan sido siempre un coñazo. Por poner un ejemplo: los que había antes de estos (de los de orejas puntiagudas) eran como más calmados y sólo ladraban por causas justificadas. Desgraciadamente el infortunio se cebó en ellos. Los pobres murieron envenenados por comerse unos caracoles, que a su vez habían sido envenenados por ser caracoles y su afición a comerse las verduras de los huertos. La cuestión es que, una vez ingerido el veneno por los caracoles, este paso al estomago de los perros que por desgracia murieron. Estos eran perros normales, y ladraban mas bien poco y más conjuntados. Pero todo cambió después del desastre de los dos primeros, cuando el cazador tuvo que reclutar a nuevos canes para suplirlos. 
Y ahí empieza el gran problema que, a día de hoy, todavía no se ha solucionado. Los actuales son, por decirlo de alguna manera, perros viciosos con el ladrido. Ladran cuando quieren y a la hora que quieren (incluso de noche) y no siempre al mismo tiempo. A veces con motivo y otras sin motivo. La cuestión es que una vez hablado con mi vecino y amigo, el cazador y yo nos dispusimos a controlar aquellos ladridos desmesurados que me descontrolaban de la concentración necesaria para pintar, leer escribir o cualquier cosa que me decidiera a hacer (yo me paso muchas horas en el estudio, al revés de mi vecino que, por su trabajo, está todo el día alejado de su casa). 

En principio, y para los tres perros decidió (esto no me lo consultó) que lo mejor seria ponerles los llamados collares de castigo. Yo la verdad es que no sabia nada de estos artilugios y es que, por lo visto, cuando ladra el perro, se ve que le pega un chispazo y el tío dice en un acto reflejo, coño, y entonces baja la intensidad del ladrido, después vuelve a ladrar y plas el chispazo y vuelve a bajar la intensidad del ladrido. Pero por lo visto no a todos los perros les hace el mismo efecto. Estamos hablando de controlar a tres perros díscolos y esto no es nada fácil. Por lo tanto mientras uno callaba el otro hacia un guau mas flojo y el otro (el más prudente) hacía solo gu,,,gu,,,. asi pues el problema no se había resuelto puesto que, con mas o menos intensidad, seguían los ladridos de los canes molestando al personal. El cazador, ante mis sutiles insinuaciones y siempre después de su pregunta de que si me seguían molestando los perros, optó por un segundo plan. Compró por internet un aparato en los Estados Unidos (se ve que allí el problema es aún más gordo, y como todo el mundo tiene perros y armas, si no se ponen de acuerdo, los tíos se lían a tiros). Bueno, pues este segundo artilugio antiladridos es un aparato que va conectado a la electricidad y que emite unos sonidos imperceptibles para el ser mas o menos humano y que, sin embargo, los finos oídos de los perros no lo aguantan y hace que finalmente se callen. Decir de paso que es tal la buena convivencia entre el cazador y yo, que la toma de corriente para que los perros no ladren esta instalada en mi casa. 

Bueno pues tampoco funcionó. Ya he dicho que es sumamente difícil hacer callar a la vez a tres perros. Seguían pues, con el guau, guau, guau uno, y el otro más o menos gu, gu gr, gr, y en cuanto al tercero callaba, seguramente porque era al único que le hacia efecto el sonido especial ultrasónico para perros. En resumen, que tampoco se solucionó el problema. Hasta que un día, alguien próximo al cazador le dio la clave para la solución. Y ahí nacieron grandes esperanzas a que se pudiese solucionar el problema de una vez por todas. De nuevo el cazador me dijo a ver si podía conectarse con mi casa. Yo como os podéis imaginar le dije que si. El nuevo artilugio consistía en un aparato que cuando el perro, por el motivo que fuera ladraba, el ladrido conectaba una ducha del que salía pura agua, y todos sabemos el pánico que tienen los perros con el agua. A mi el cazador me lo explicaba, lo de los nuevos inventos, y tengo que reconocerme tan culpable como el mismo cazador porque yo consentía de buen grado aquella nueva formula, pensando que total era verano, y que una ducha tampoco les iba a venir mal y que los refrescaría. Pero amigos, uno no puede controlarlo todo y con tantos artilugios flotando en el aire pasó lo tenia que pasar. 

He aquí el desenlace: resulta que al no hacerles a todos los mismos efectos: lo del collar el agua y la electricidad, aquel mal día se armó un gran sideral, en el que estuvieron a punto de volverse todos rabiosos. Todo se desencadenó con el paso de unos tíos raros por el camino que va hacia el bosque; iban vestidos con pantalones turcos, morenos de suciedad, el pelo con rastas y pachinas, fumando unos porros que despedían un pestazo más fuerte que el gasoil de los tractores, y llevando unos enormes perrazos (estos tíos siempre van con enormes perros) parece ser que es por la policía; ya que así, no los detienen porque luego la poli no sabe que hacer con los perros. Bueno a lo que iba, al pasar y olerlos, uno de los perros, el que tenía el collar con el chispazo (el cabroncete) ladró porque a este no le afectaba la lluvia y entonces me pareció oír al perro que llevaba el collar del chispazo que le decía gruñendo al de la llluvia: hostia, guau, gr, gr, gr, no ladres gr, joder, que tengo los pies mojados, gr, gr, gr, y no gr puedo gr, gr, gr, ladrar porque me da el chispazo, y el otro sin hacerle caso venga ladrar y el perro del chispazo que estaba con las patas en el agua electrocutándose e iba de puntillas: gr, guau, gr...no ladres cabrón gr,gr,... y mientras el del sonido perceptible sólo para los perros, y, que se ve que era el único que lo oía, estaba mas desesperado porque llovía de la ducha y no paraba de sacudirse el agua que iba a parar directamente al que llevaba el collar y que estaba de patas, derecho en un rincón tratando de evitar el agua. Y mientras, el del oído fino gritaba escuchando aquellos ruidos ultrasónicos en médio de la persistente lluvia de la ducha y no paraba de grm, gr, gu, gua, gua, cabrones gr... me vais a matar. Yo, contemplando aquel maldito espectáculo no podía dar crédito a mis ojos y oidos...y entonces, desde mi casa desenchufé todo aquel montaje . 

Os voy a decir una cosa y no me vais a creer. A estas alturas prefiero poner en venta la casa. No quiero verme implicado en esta represión perruna. No quiero llevar en mi conciencia el desgarrado gr,gr, gr de tan variopinto trío de perros.