domingo, 25 de agosto de 2013

CUENTO DE VERANO. PINTAR LA FACHADA.


Hace unos años me compre una casa. Una casa dentro del pueblo con una jardín. Era lo que habíamos deseado siempre con Montse. Yo tendría mi estudio en la parte de arriba, y ella, su jardín con árboles, plantas, flores, y además, su pequeño huerto para cultivar lechugas, tomates, o lo que le viniera en gana.
Lo cierto es que estábamos muy contentos con aquella adquisición. Con nuestros ahorros y un préstamo (no una hipoteca, que siempre me han dado pavor) adquirimos la casa de la que ahora, pasados unos años, nos sentimos orgullosos. El único problema es que, al hacer este paso, nos separamos de nuestro buen amigo Emili, con el que habíamos compartido como una familia de tres buenos amigos, diferentes apartamentos, todos en la zona del barrio marítimo de Torredembarra. Tengo que decir que nosotros estábamos orgullosos y contentos con nuestra amistad a tres (dos hombres y una mujer). Los vecinos y la gente del pueblo quizá pensarían, y esto, no nos importo nunca ni un bledo, que compartíamos todo.
 Pero el tiempo pasa inexorable, y con ello varían la circunstancias. Fue cuando nosotros, es decir Montse y yo tuvimos una hija, y con ella, y al pasar de los años, un yerno, y luego nietos, y un perro, y claro una cosa es compartir a tres, y otra es compartir a ocho; todo cambia, y mucho. Con lo cual, y aprovechando que nuestro buen amigo se jubilaba y, que recibió una suculenta indemnización, decidimos de común acuerdo, separarnos. El se quedo con el apartamento del barrio marítimo, y nosotros, como ya he dicho, nos compramos la casa antes mencionada. Bueno, hasta aquí todo parece una narración de amistad de los más normal y como tal, no tendría más interés.
Cuando compras una casa, y para que esta quede como Dios manda, se tiene que pintar, y por este lado, viene lo singular de esta narración. Primero y para situarnos bien diré, que estamos hablando de un tiempo en el qué, coincidiendo con el boom de la construcción, no había pintores, ni enyesadores, ni electricistas ni nada, y los que habían se tenían que pagar a precio de oro. En Tarragona se estaba construyendo al ritmo de tres pisos por cada habitante y esto, en todo el territorio español. Más tarde, es decir ahora, esta descomunal barbaridad la pagamos y la seguiremos pagando por los siglos de los siglos. Además, he de decir que, como no teníamos dinero, porque nos lo habíamos gastado con la compra de la casa, nos pusimos manos a la obra.
Esto que viene a continuación lo tengo que decir porque, podía haber sido una tragedia y podíamos haber salido todos en los papeles, directa o indirectamente imputados (esta palabreja la pongo porque últimamente, esta muy de moda). Y, para que si alguien lo lee, le sirva de ejemplo para lo que nunca tiene que hacer, tenga o no dinero.
He aquí más o menos lo sucedido. A mis amigos les decía de pintar la fachada de la casa y me decían no te preocupes, tu prepara un buen desayuno, que eso es pan comido. Prepare un buen desayuno a base de arenques fritos con uvas y pan con tomate y buen vino del priorato. Aquel día se me presentaron todos vestidos de pintores de paredes, y me dijeron manos a la obra. Es decir: se zamparon el desayuno con un hambre canina. Pero cuando se vieron subidos en el tejado para asomarse y desde allí pintar la parte de arriba de la casa, les cogió el tembleque. Se pusieron lívidos y me dijeron que mejor avisara los pintores (no tenía que haber puesto priorato para beber). Y es que visto desde arriba, pintar una fachada de quince metros de altura, es toda una odisea (al menos para mi que sufro vértigo).
Antes he de decir que el que me hizo la casa, como deferencia, me prestó un andamiaje de mecanotubo y me dijo: lo tienes que anclar bien, me parece que me dijo, y yo lo ancle como pude. Pero me vio tan zote anclando andamios que me dijo: no te preocupes que yo te lo montare. Aquel día, y después de ver el andamio montado, nacieron grandes esperanzas. Así que, con la ayuda de mi querida hija y mi estimable yerno, subimos al primer tramo del andamio con los potes de pintura y dispuestos a pintar (estaba tan contento que sólo me faltaba que me tocaran la canción de los enanitos de Blancanieves; Ayvo, ayvo, …la casa hay que pintar). Pero tengo que decir que fue un rotundo fracaso. Me explicaré. Aquel día, desgraciadamente y a pesar de nuestras ganas, hacia un fuerte Mistral que dispersó, a merced del viento, gran parte de la pintura. Consecuencia: la mayor parte de los vehículos que estaban aparcados en la calle aquel día, recibieron una cuantiosa lluvia de pintura blanca en forma de nieve. Efecto: nos pasamos el resto del día (unas seis horas) limpiando todos los coches del barrio (con propietarios tan exigentes que más que limpiarles les bruñimos el coche).
Después de aquel penoso episodio, los mismos personajes, nos subimos al andamiaje por segunda vez con los estris para pintar (comprobando esta vez, que no hiciera nada de viento), y cuando pusimos los pies en el segundo tramo, se pusieron todos los tubos a temblar, con lo cual me dije: no subamos más porque nos la vamos a pegar, y no avises a tus amigos porque, dada la primera experiencia, tampoco van a tener bemoles de subirse más allá del primer piso.
Recurrí a unos moros, que, en el pueblo, siempre están sentados al sol (no se sí meditan o que, pero tienen una gran facilidad para estarse horas y horas al sol sin hacer absolutamente nada) y les dije si querían colaborar, pagando claro está. El más joven de los moros al sol, subió al andamiaje, no paso del primer tramo, y tras  hacer una inspección de tipo ocular y notar un cierto tembleque bajo sus pies, y después de consultarlo con el resto, me dijo: esto mucho peligro, muy difícil, tu caes andamio y rompes cabeza y, luego ¿quien paga hospital?, y añadió, mira si tu quieres nosotros subir a pintar, tu firmas papeles para nosotros, tu responsable del trabajo y nosotros subir a pintar. Pensé, que aquello parecía más bien un tratado contractual entre España y Marruecos. Conclusión: amigos no, moros al sol tampoco.
Pasaron los días y nadie se atrevía a subir a aquel andamiaje tembloroso, hasta que llego un día tormentoso, y un fuerte golpe de viento del Norte soplo tan fuerte, que el andamiaje se cayó como un castillo de naipes. Se alejaba entonces la posibilidad de pintar desde el andamio. La cuestión era que la fachada seguía sin pintar. Pasaron los días y ante mi pasividad y falta de recursos (yo dejaba correr los días esperando quizás una ayuda divina). Montse me decía: que lástima con lo bonita que están las ventanas con las flores, y la fachada de la casa sin pintar (las mujeres, por sutil reiteración, y siempre en los momentos mas adecuados, encuentran la manera que te pongas manos a la obra, aunque como en este caso, represente un peligro para tu vida). Mientras, ella iba poniendo flores y mas flores en todas las ventanas, hasta el punto que la gente del pueblo le llamaba la casa de las flores, pero añadían: es una lástima que la fachada no este pintada del todo. Esto me lo contaba Montse, que se lo decían las mujeres del pueblo cuando ella iba a comprar (de nuevo ejercía sobre mi, la sutil presión para que pintara la fachada).
Un día, harto ya de habladurías (sabemos que la paciencia tiene un límite), hablando con mi bien amigo Emili (solidario a pesar de la separación) trenzamos una estrategia para acabar de pintar la parte de la fachada que, por su altura, seguía sin pintar. Y, a partir de ahí, viene lo más oscuro de este relato. Mi amigo siempre esta pensando como pueden hacerse las cosas (posee un cerebro del tipo Lego), aunque luego necesita a alguien para que realmente las ejecute, el es un poco remiso en esto de ejecutar. Y el tío, de entrada, va y me dice, no sin buena lógica: mira como que la casa es tuya, tu tendrás que correr el máximo riesgo (a mi me sonó como que ya me tenía que ir despidiendo de este mundo), pero continuo, yo veo una solución para abordar el problema y así terminar de pintar la parte de la fachada que no esta pintada. Y me dijo solemne: la solución es la siguiente. Tu te pones estirado encima de un tablón grande (quedaban aún tablones de la obra y que aun no se habían retirado)  y yo te ataré bien atado a dicho tablón y luego, te saco por el marco de aluminio de la ventana, justo por los extremos y entonces yo haré contrapeso para que no te caigas. Y siguió: tu, mientras tendrás el rodillo preparado y lleno de pintura, y así, en el espacio de tiempo en que permanezcas asomado, haces correr el rodillo con rapidez por la pared pintando lo que falta; de esta manera, saldremos cuantas veces sea necesario para completar el trabajo. He de decir, para ser preciso y fiel al relato, que este trabajo se tenía que realizar a unos quince metros de altura y que una caída con tablón incluido, hubiese sido fatal (sobre todo, si después de la caída, quedaba yo debajo del tablón).
Después de pensar en el evidente riesgo de la propuesta de mi amigo y como que yo seguía sin dinero, para contratar a los entonces privilegiados pintores de fachadas, probamos el invento, y así, nos pusimos manos a la obra, yo atado al tablón con unas recias cuerdas, era deslizado al exterior por el marco de la ventana, totalmente a merced de la divina providencia y de los brazos y la fuerza de Emili y de que, en aquel instante en que yo estaba expuesto a la ley de la gravedad, no le cogiera un pasmo o algo parecido. El tío me sacaba, yo pintaba con prontitud y a una velocidad de vértigo, y, a un aviso mío el tío me introducía dentro otra vez y así sucesivamente, hasta, que más o menos, menos que más, terminamos aquel peligroso y delirante trabajo. El resultado final fue bastante chapucero por la rapidez de ejecución, ya que solo podía pintar cuando me hallaba en el vacío, atado, rezando y rápido.
Ni que decir tiene, que si a mi amigo se le hubiese caído el tablón conmigo atado a el, las especulaciones de homicidio por parte de los mossos habrían sido muchas y variadas y seguramente habríamos salido todos en los papeles, más o menos con el siguiente texto. "Mujer y su amante atan al marido en un rústico tablón y lo tiran por la ventana, poniendo como única e increíble excusa, de que el marido, bajo su cuenta y riesgo quería pintar la fachada atado a un tablón y que, accidentalmente, murió en el intento". Excusa que ningún mortal con entendederas se hubiese creído. Sin lugar a dudas ambos hubiesen sido declarados culpables.  Montse (mi estimada mujer hubiese sido enviada a Wad Ras) y Emili, mi buen amigo, el de los inventos extremos, a la Modelo. (Todavía no existía Can Brians). Y yo evidentemente, estaría en la cuarta dimensión.
Tengo que decir que finalmente todo salió bien y que ahora nosotros disfrutamos de nuestra casa y jardín y que nuestro amigo vive en el apartamento que antes habíamos compartido y que, ahora, después de un arduo traslado, (traslado del que habláremos en otro relato) en este momento vive solo y tranquilo en su retiro. Y que, Montse sigue poniendo flores en las ventanas de la fachada, ahora bien pintada. Finalmente cuando reuní dinero suficiente, contrate a unos pintores profesionales, que me dejaron la fachada como Dios manda. Porque: como bien dice el refrán: "zapatero a tus zapatos".