martes, 29 de diciembre de 2015

miércoles, 9 de diciembre de 2015

jueves, 12 de noviembre de 2015

KH7


Una de mis pinturas preferidas está en manos de mi hermano mayor. Creo que se la regalé en su tercera boda. Es un cuadro de los llamados rotatorios. Me explicaré. Hace ya bastante tiempo y para ganarme mi sustento y el de mi familia, aparte de pintar, hacia de diseñador gráfico en un estudio dedicado al embalaje (ahora se llama pakaging). Realizaba diseños para todo tipo de envases. Los hacia de mermelada, de ambientadores para el hogar, insecticidas. Los de mermelada eran de todas las frutas imaginables y una vez el diseño de la fruta daba la vuelta al bote, esta casaba milimetricamente.

Para el diseño de los botes de insecticidas maté mosquitos, hormigas y cucarachas de todas las maneras imaginables. Los maté con rayos y con explosiones. Pero había una cosa fundamental en todos ellos. Una vez hecha la composición en plano, esta tenía que coincidir cuando se envolvía el diseño en el cilindro que formaba el envase. Y esta continua obsesión para que casaran los diseños una vez se decoraba el envase en redondo, me dejó la parte de mi cerebro creativo tocado. Me quedó la manía de que toda imagen tenía que juntarse con su otra mitad.

Pues bien, como no podía quitarme de encima esta rara obsesión, decidí sacarle partido. Así pues lo apliqué a mis pinturas. Cuando hacia un cuadro o un retrato, dividía el rostro en dos partes. Y la parte a la derecha tenía que ligar con la parte izquierda. En este cuadro al cual nos vamos a referir, el fragmento de los personajes de la derecha del cuadro, ligan con el fragmento de la izquierda. Es una manera de plasmar con una sola imagen el inexorable paso del tiempo. Para terminar la descripción del cuadro diré que es una tela pintada al óleo con dos personajes de espalda mirando el mar (mi hermano y mi hija). La técnica es de fina pincelada y de veladuras, con un aglutinante para las mezclas de color.

Vayamos pues al quid de la cuestión. En una fiesta celebrada en la casa de mi hermano y cuando ya la fiesta estaba en su apogeo, llegó la desgracia. En medio de la animación de la fiesta se abrió una nueva botella de cava. Con esto el tapón sale disparado y se va con toda la efervescencia de la espuma y esta, salpica toda una parte del cuadro antes citado. Toda su efervescente espuma cae, creando unos churretones que van bajando lentamente, dejando huella en la tela.

El cuadro queda tocado con la acción de la espuma (menos mal que era un brut nature de cierta calidad y no un mal espumoso). Los churretones provocados por la espuma son evidentes y la efervescencias del cava va haciendo su efecto a medida que cae. Mi hermano hace una primera valoración del desperfecto. Se pone manos a la obra para limpiar el cuadro. Las manchas se van, pero al día siguiente, cuál pesadilla, reaparecen. Hay un problema.

Yo no sé nada de todo esto, y él no me lo dice porque sabe que me va a disgustar. Yo tardo mucho tiempo en realizar una tela como aquella. Soy bueno pero lento. El espera que yo no me de cuenta. Un día nos invita a cenar. Tiene las luces bajas. Y yo, nada más poner los pies en la sala, lo primero que le pregunto es qué le ha pasado al cuadro porque veo, a primera vista, que está afectado. Me dice que como lo he visto. Le digo que es más que evidente que al cuadro le ha pasado algo. Luego me cuenta lo sucedido y acto seguido me dice que no me preocupe y que está buscando la manera de restáuralo. Le comento que una buena manera de limpiarlo es con jabón PH neutro y agua destilada y sobre todo, con mucho cuidado y que, además dispongo de un libro que lo explica. El me dice que se lo estudiará. Mi disgusto es evidente, pero me resigno y pienso que aquel cuadro está tocado. Hasta empiezo a pensar en hacer una réplica del mismo.

Algunas veces hemos visto como se restauran los cuadros en los museos, por parte de un grupo de profesionales. Los ves que forman parte de un laboratorio con enormes caballetes, lupas de todos los aumentos, cámaras de rayos X para ver las distintas capas del cuadro. Analizan los pigmentos usados, la composición de la tela y se estudian los aditivos usados para fijar la pintura. 

Aparte de la pintura se analizan a conciencia los barnices. Todo ello realizado con guantes blancos y hasta con mascarilla, para no contaminar la tela con la respiracion. Los que restauran las piezas, aparte de ser licenciados en arte, y tener muy buenas manos, la mayoría son pintores

de depurada técnica. Y sobre todo, no tienen ninguna prisa para terminar. Usan finos pinceles y colores de altísima calidad. Hasta que no encuentran una solución, consensuada con los colegas, y válida para la restauración, no dan por terminado el trabajo.

Pues bien, mi hermano lo solucionó, pero de otra manera. Él es un hombre resolutivo, de esto no hay ninguna duda. Aparte de ello, no se puede olvidar que es ingeniero químico. Por lo tanto su conocimiento sobre los ácidos, líquidos, y resultados de las diferentes mezclas, también debe de ser alto. Al mismo tiempo su trabajo en el mundo profesional y sobre todo en laboratorios farmacéuticos le han dado una amplia fuente de conocimientos. Y es del todo conocida su capacidad en la producción y su determinación ante los problemas. Su máxima es: si una cosa la puedes solucionar hoy, no la dejes nunca para mañana. La vida es corta. Pues bien, el llegó a un veredicto y a una solución, que yo diría que es única en el mundo entero y que, si me la dice antes de aplicarla, sin duda me llevo el cuadro a mi casa.

No tardó mucho tiempo en invitarnos de nuevo a cenar a su casa. Tenía una sorpresa. Yo, claro está, lo primero que hice al llegar, fue ir directamente a ver el cuadro. Estaba limpio, de esto no había duda. No hallé signos de la fea huella de los churretones. Le pregunté si lo había llevado a algún sitio a limpiar. Me dice que no y que lo ha restaurado el solito y que, como se puede apreciar, con gran efectividad. Insisto en saber cómo. No se atreve a decírmelo. Pero ante mi insistencia finalmente me lo suelta. Me dice que lo ha restaurado con el KH7. Le digo que si me está tomando el pelo. Me tengo que sentar. Tarde medio año en hacer aquel cuadro y el para restaurarlo debió tardar menos de cinco minutos. Estoy mareado y me tienen que dar un whiski que me bebo de un solo trago. Me viene a la mente los anuncios de KH7 con una señora de la casa y un baño que no se ha limpiado en meses. Luego la señora dispersa una dosis de producto. Acto seguido se forma una espuma blanca, y la señora le pasa un paño y se va toda la suciedad acumulada, quedando el baño como nuevo.

Le pregunto qué si se había vuelto loco y me responde, que la aplicación del KH7 ha sido efectuada con mucho cuidado y de una manera muy controlada. Y que, después de la primera aplicación, esperó prudente a ver qué ocurría. Es decir, que fue una aplicación con suspense. Porque le podía haber pasado como a la señora del anuncio: pero que, en vez de la suciedad, se hubiese llevado parte de los personajes del cuadro. Ahora cuando voy a su casa y contemplo el cuadro, churretones no veo. Se me aparece la imagen de un bote de KH7 en el lugar de las manchas. Ha desaparecido toda huella de la noche del cava. Pero me da la impresión, sin poderlo asegurar, que en la parte izquierda del cuadro está apareciendo una sutil veladura y de momento, casi imperceptible, de un nuevo color, color que yo no recuerdo haber puesto. Veremos. El tiempo dirá.

Moraleja: si haces una fiesta y descorchas cava, que sea lejos de los cuadros. Pero en cualquier caso ten siempre a mano un bote de KH7. Espero que esto no lo lea nadie de la compañía del producto. Porque si amplían la limpieza de los baños y le suman la rápida restauración de cuadros al óleo, los metódicos restauradores de guantes blancos ya se pueden ir buscando empleo.

A partir de ahi, un buen museo solo necesita cuadros para exponer y tener siempre a mano un bote de KH7. 

lunes, 26 de octubre de 2015

CUENTO DE OTOÑO

YO TUVE UN PERRO LLAMADO TURMIX


El otro día tuve que ir al veterinario para sacrificar a Lula, el perro de mi hija. Estaba totalmente sorda. Apenas veía y tenía dificultad para andar. Tenía la matriz desecha y además dieciséis años. Hace unos años, mi yerno tuvo que llevar a sacrificar a mi perro que se hallaba en parecidas condiciones al de mi hija. Quid pro quo. Después de ello te quedas hecho una mierda durante unos días y duermes mal, muy mal e incluso lloras. Pero al final, y como la memoria es selectiva para lo bueno, lo que te queda son los buenos recuerdos, e incluso los momentos complicados o peculiares que pasaste con el animal. Y es por ello, que os voy a contar dos anécdotas que me ocurrieron con mi perro pastor catalán.

Amaneció una hermosa mañana en la playa de Torredembarra. De aquellas mañanas que uno se sienta bien consigo mismo. Era temprano y tenia todo el día para disfrutarlo. El mar estaba plano sin apenas olas y estas iban a fundirse en una lenta cadencia con la arena. La única nota sobresaliente ante toda aquella placidez era un bañista que, a lo lejos, estaba nadando. Tenía el mar para él solo (ventajas de levantarse temprano) y se le veía disfrutar, ahora nadando en crol, ahora de espaldas y de tanto en tanto se sumergía, como un delfín vaya.

Al llegar a la playa dejaba suelto al Turmix (le puse este nombre porque de pequeño no paraba de dar vueltas sobre sí mismo). En la playa están prohibidos los perros, vayan estos sueltos o atados. Pero por aquella hora y teniendo en cuenta mi escrupulosa recogida de cacas incluso llevándome la tierra contaminada, lo dejaba correr a su aire. Entonces el perro salía disparado como un misil. Y como todo perro macho que se precie, lo primero que hacia era marcar el territorio en algo que sobresaliera. Y lo marcaba no sólo con la orina, sino con el complemento de una glándula que poseen para tal uso, y que dicho sea de paso huele a mil demonios. Pero aquella mañana no había nada sobresaliente en la playa. La arena estaba removida y aplanada a conciencia por el tractor de la limpieza que, como cada mañana de verano, pasaba a primera hora, dejando la playa al uso del turista que no del perro.

Las gaviotas, por aquellas horas, levantaban el vuelo al paso del Turmix. Y por delante y como paisaje, el mar y más arena removida y aplanada. Y en medio de toda aquella rigurosa limpieza, solo sobresalía un montóncito de toda la ropa que pueda llevar un individuo cuando sale de casa. Aquel promontorio, era la única nota de color de la playa. Y el nadador, confiado que en aquella hora de la mañana, nada ni nadie iba a interrumpir su baño ni tocar su ropa, seguía nadando tan tranquilo (a pesar del refrán: nadar y guardar la ropa). Pero, de repente, el Turmix se da cuenta de aquel montóncito de ropa tan bien puesto; ropa de marca y con las dos zapatillas simétricamente alineadas. Yo, desde lejos veo lo que puede llegar a pasar. Mi intuición me dice que la asociación del perro y aquel montóncito de ropa puede llegar a tener un mal final.

El hombre que se está bañando interrumpe su nadada. Seguramente también intuye de lejos que es lo que puede llegar a pasar entre su ropa y mi perro. Y finalmente sucede. Turmix olisquea el montocito de ropa con las zapatillas incluidas. Después ya no se piensa más y se dispone a marcar el terreno. Levanta la pata y se mea largamente. Yo me quedo petrificado. El hombre que se esta bañándo vocifera ostentosamente, levantando las manos y pegando saltos de indignación, al tiempo que, corriendo, se va acercando a la orilla.

En aquel momento, y ante la situación, yo barajo dos posibilidades. La primera y la más rápida coger al perro y largarme a toda prisa. El hombre no me alcanzaría puesto que aún tenía que salir del agua. La segunda era dar la cara y afrontar la situación. Descartó la primera y con valentía afrontó la segunda. Hablar con él bañista. El hombre resulta no ser agresivo pero me increpa lo del perro. Yo le digo que lo siento mucho y que gustosamente le pagaré la tintorería. El hombre me dice que mientras esté la ropa en la tintorería el que hace. Yo no me atrevo a decirle que siga bañándose o tome el sol. Me dice que le están esperando y que necesita ponerse aquella ropa pero no meada porque huele mal. Yo le digo que la moje toda en el mar y que la ponga a secar al sol. El tío me dice que si me estoy burlando de el y que encima de mearse en ella mi perro, ahora le digo una estupidez. Le doy la razón. Le comento que otra opción es que que me la de, para que yo pueda lavarla y mientras yo le proporcionaría ropa de la mía que iría a buscar a mi apartamento. El problema era que el tío media un metro sesenta y yo uno noventa y claro la ropa le iría como si el tío se hubiese encogido. Finalmente el hombre se largó cabreado y refunfuñando poniéndose su ropa que ya medio se había secado, pero que olía a perros.

Un día por la mañana salí a comprar el periódico. Era domingo y los domingos por la mañana todo el mundo está más o menos relajado, resacoso pero relajado. Yo me hallaba en el quiosco esperando comprar el periódico con el perro atado a mi vera. Esperaba detrás de aquel hombre impecablemente bien vestido (el domingo por la mañana es raro ver a un hombre tan bien vestido) y que, en aquel momento pagaba su periódico. El hombre se gira con su periódico en mano y el Turmix, como si le conociera de toda la vida, le pone las patas encima de su impoluta americana ensuciando su traje. El hombre se saca el perro de encima de mala gana y le da un empujón suplementario tirándolo encima de los periódicos. Yo le pido perdón por el perro y el tío me contesta que ni perdón ni narices y que tengo un perro mal educado y que debería llevarlo atado. Yo le digo que ya estaba atado, el tío me dice que se le ha echado encima y le ha manchado su traje. Y de paso, para provocarme, me dice que yo era tan mal educado como el perro.

El hombre, a mí lado, no era muy alto ni muy fuerte y además llevaba gafas. Me extrañó aquella actitud agresiva frente a otra persona que le pasaba un palmo. Yo, con ganas de calmarlo, le digo que ya le había pedido perdón y que si había alguien maleducado este era él, al no aceptar mis disculpas ante una evidente tontería causada por mi perro. Entonces el hombre se quita las gafas y se las pone en el bolsillo superior de la americana y me dice desafiante: que ahora vamos a ver quién era el maleducado. Yo le digo que si su intención era de que nos pegáramos antes tenía que buscar alguien que se quedara con el perro. También añadí que si me agredia, íbamos a ser dos contra uno, puesto que el perro se volvería contra el (ignoraba totalmente que hubiese hecho el loco de mi perro).

El hombre, mientras tanto, y lejos de calmarse iba repitiendo obsesivamente: que haber quien era el maleducado. Yo le insistí que o alguien vigilaba al perro, o tenía que llevarlo a mi casa y quedar emplazado para más tarde para intercambiar los golpes correspondientes. El hombre, obsesivo, me dice que me las apañé como quiera pero que aquello no iba a quedar asi. Entonces, por suerte, interviene el quiosquero y nos dice que nos calmemos. Yo le digo que calmado ya estoy, pero que el hombre no, y que está obstinado a iniciar una estúpida pelea. El quiosquero le pregunta al hombre sí lo quiere dejar correr. Finalmente el hombre le dice al quiosquero que vale, pero que si el perro vuelve a echársele encima, nos va a dar de hostias a todos. Una vez calmado aquel airado individuo, le di las gracias al quiosquero regresando a casa con el perro.
Por todo lo que he contado y, aunque fueron momentos delicados, me quedo con estos y otros buenos recuerdos. A los animales que has tenido tantos años a tu lado los quieres mucho. 

Cuando llega el momento crítico en el que sufren y no tienen ninguna calidad de vida, los tienes que sacrificar. Es duro, pero si no eres excesivamente egoísta tienes que hacerlo. Un animal no debe de sufrir innecesariamente. Alargarle la vida en estas condiciones es totalmente absurdo y cruel.

Siempre me quedará en la memoria aquellos días en que, por la mañana a primera hora, mi perro corría por la playa haciendo volar las gaviotas. 

CAL QUE NEIXIN FLORS A CADA INSTANT...


jueves, 22 de octubre de 2015

jueves, 1 de octubre de 2015

viernes, 11 de septiembre de 2015

domingo, 6 de septiembre de 2015

CUENTO DE FINAL DE VERANO

La muerte de la garota. 

Estábamos sentados en las sillas playeras, frente al mar, medio bajo la sombrilla medio tomando el sol. Como los personajes maduros de los cuadros de Edward Hopper. Algo alejados del ruido de los niños y los bañistas. Detrás nuestro, la emblemática casa torre de Can Bofill, ahora convertida en un centro de estudios de fauna marina o algo por el estilo (si se pretende conservar una casa emblemática, lo mejor, es declararla para bien común, o buscar y poner dinero, ya que sino se caerá a pedacitos).

 De repente, nuestro estado de sopor fue interrumpido por la voz de una chica de buen ver enfundada en un suscinto bikini negro, y, que a medida que iba subiendo de la playa hacia la casa, anunciaba: la garota a muerto. Nadie de los allí presentes reaccionó, aun cuando la chica estaba anunciando la muerte de alguien (cuando la gente toma el sol está un poco aletargada, como los mismos lagartos). Yo pensé que la chica nos estaba hablando de la muerte de una perrita suya, que bien podía llamarse Garota (actualmente la gente tiene mucha imaginación a la hora de poner nombres). Y, al instante, al no obtener respuesta por parte nuestra y ligado con la primera frase, repitió: a la garota la he encontrado muerta esta mañana. Cuando encuentras alguien muerto por la mañana, es mas triste aun, porque sabes que no disfrutará de el nuevo día.

 Entonces pensé que la chica estaba apenada, porque se le había muerto la mascota (quizás se trataba de un ave acuática de los pantanos próximos y la tenían en fase de curas). Como ninguno de nosotros seguía sin responder al anunciado deceso, acto seguido puntualizó, añadiendo: es raro, pero es que no ha aguantado ni una noche (la garota). Con lo cual deduje, que la tal garota ya estaba muy enferma, de hacía tiempo. Por un momento, se me ocurrió preguntarle que cuantos años tenía (es lo que se suele preguntar en esta circunstancia, porque si son muchos, tu puedes decir, pues mira ya le tocaba) mas que nada para consolarla y solidarizarnos con la pena de la chica, pero, prudentemente, me callé. 

Mi hermano, que lo tenía sentado al lado, si sabia quien era la garota, no así el resto. Pero él, no se porque motivo, también permanecía mudo (quizás absorto con el bikini). Cuando por fin la muchacha entro en la torre de can Bofill, le pregunté a mi hermano que si sabia quien era la garota fallecida. Porque le dije, que parecía como muy claro por parte de la chica del bikini negro, que nosotros sabíamos todo o casi todo de la garota. Al final mi hermano me dijo que la garota era un erizo de mar y que, en catalán se llama garota, y que el día anterior, había subido agua de mar en un recipiente para la supervivencia del erizo. Mi hermano siempre ayuda a quien lo necesita, sobre todo si es del sexo femenino va en bikini, y él, de alguna manera puede colaborar. Siempre a sido así no va a cambiar ahora que ya tiene más experiencia. Mi otro amigo Emili, mi mujer y yo, tampoco sabíamos nada de la garota, así que permanecimos en un respetuoso silencio.

 Era el momento de la reflexión. Siempre hay un momento de reflexión ante la muerte aunque se trate de una garota. Y, me pregunté: ¿Como sabia la chica que la garota se había muerto?. ¿Y como se distingue una garota viva de una garota muerta?. Donde esta la diferencia. Yo voy nadando por el mar y las veo entre las rocas, pero no se las que están vivas o están muertas.

 De todas formas la garota siempre ha sido un ente diferente y misterioso. Tan misterioso, que Dalí los usaba para sus performances mediáticas en Port Lligat. Cuando era el tiempo en que los erizos estaban en su plenitud, me parece que allá por el mes de mayo. Salvador Dalí, a bordo de una barca de pescadores, con gran boato, disfrazado para la ocasión, y rodeado de cámaras de televisión españolas y francesas, se los comía con una cuchara de oro (no se si es los o las, ya que según parece los erizos son hermafroditas). Ponía aquella cara de alucinado y proclamaba que la garota le daba toda la fuerza del mar para sus surrealistas creaciones. Algunos dicen, que el pintor se los comía por la energía sexual (de la cual, por lo visto, no iba sobrabo) y que el erizo se la transmitía (tipo ostras).

Es del todos sabido, que la garota es afrodisíaca o al menos esto dicen, y teniendo en cuenta que por aquellos tiempos no existía la viagra, todo el mundo se apuntaba a la fiesta, a la espera de los resultados. Aunque malas lenguas dicen, que algún o alguna imbécil, se las había restregado por las partes en vez de comerse lo de dentro (quizás se tratara de un masoquista sexual), con lo cual, eso si, se ponían de puntas hasta el culo.

 Yo, personalmente, no tengo muy buen recuerdo de la garota de turno. Un dia, cuando éramos niños (que recuerdos) e íbamos caminando por la llamada playa larga situada cerca de Tarragona, jugábamos con los erizos encontrados en la orilla. Entonces había tal abundancia de ellos, que el mar, de tanto en tanto los escupía hasta la misma orilla, como si le molestaran en su garganta. El macabro juego consistía, en pasarnos los erizos con las manos, como si fe tratara de una pelota de tenis, pero al tomarla, tenias que tirar las manos para atrás acompañando el erizo, con el fin de amortiguar el impacto, ya que sino, te clavabas las puntas.

Y fue así, como perdí la amistad de uno de mis grandes amigas. Así como la devoción y el imposible amor, que por aquellos tiempos tenía por la madre de mi amiga (de pequeño tenía devoción por las madres, no por las niñas, a las que consideraba demasiado infantiles), ya que la pobre niña se clavó todas las puntas de un erizo en las manos, y su por mi, admirada madre, no me lo perdonó nunca. Aquel verano, por mi mal lanzamiento o por su mal bloqueo, tuvieron que ir al médico a que les sacara las puntas del erizo una por una, y ello tras varias infecciones de por medio.

 Ahora, después de tantos años, vuelvo a tener noticia de los erizos de mar con el nombre de garota (estúpido de mi, había olvidado su nombre en catalán). Al final todo vuelve. Me acuerdo, de que hasta que no las abrías y le ponías unas gotas de limón no sabias si estaban vivos o muertos. Esto tenía que haber hecho la chica, la ecologista del bikini negro, para saber si estaba realmente viva o muerta la garota, ponerle unas gotas de limón, aunque para esto, antes tenía que haberla abierto en canal, con lo cual el resultado hubiese sido el mismo; la garota se habría muerto.

viernes, 4 de septiembre de 2015

miércoles, 29 de julio de 2015

EL ACCIDENTE

Salí del estudio satisfecho. Había terminado los dos últimos marcos para mi próxima exposición en Calafell. Estaba contento por como estaba quedando todo. Como hacia mucho calor decidí darme un baño relajante en el mar. Pero ojo, porque cuando todo te va saliendo bien y estas satisfecho contigo mismo, de repente algo se puede torcer. La vida tiene este punto de retorcida y cruel. Y pasó. 

No habían transcurrido ni cinco minutos cuando me arrolló una furgoneta.
Iba con mi Honda Dylan 125, camino a la playa, y una furgoneta conducida por el rumano Florín me embistió. Yo, que por suerte iba solo, salí despedido haciendo surfing por la calzada hasta que mi cuerpo se paró. Solo que yo me hubiese retardado un instante haciendo algo, como tomar una fruta, que es lo que hago normalmente cuando voy a nadar, no hubiese coincidido con la furgoneta. Si el conductor no hubiese sobrecargado la furgoneta con un exceso de mortero, no se habría pasado de frenada y por lo tanto en vez de impactar con mi moto, tan solo me hubiese visto pasar. Pero a las doce y catorce minutos pasó lo inevitable, coincidimos los dos en el mismo punto.

El impacto fue por mi lado derecho. Si has visto carreras de motos, ves que se caen a 250 por hora y luego se levantan y cogen la moto para continuar. La primera parte, la de caer, la hice bien pero la segunda, la de levantarme para seguir, ya no la pude hacer. Según los protocolos de primeros auxilios, a un motorista accidentado como era mi caso, no se le debe de mover en absoluto. Me lo dijeron los de la ambulancia: que porque me había movido. A lo cual respondí: que para que no me atropellaran de nuevo, lo cual, a mi entender, hubiese sido mortal de necesidad. Añadí que aun en estado de schok, me levanté como pude, para sentarme al borde de la carretera. El conductor de la furgoneta, consternado, estaba a mi lado consolándome cogiéndome las manos, al tiempo que me confesaba lo dramática que era su vida, y que últimamente todo le salía mal. Mientras, yo pensaba que había tenido la mala suerte de toparme con un gafe, en este caso procedente de Rumanía.

Una vez introducido en la ambulancia por los dos profesionales, un chico y una chica, me inmovilizaron, con todo su buen hacer. Antes de arrancar la ambulancia, empezaron a deslizar el casco para atrás, moviéndolo lentamente para no dañarme la cabeza. Esto lo hacia la chica, quizás por ser más delicada, y con tanta concentración, que no reparaba en que su bien formado busto, estaba justo paseándose por encima de mi cara. Y para atrás y para delante notaba todo el pecho encima de mi inmovilizado rostro. Yo no podía decir si procedía bien o mal, pero aun en la agonía del momento, pensé que esta, no era una mala forma de morir. Finalmente, la chica, entre sacarme y ponerme el collarín se debió dar cuenta de su acción, hasta el punto de pedirme perdón. Nada que perdonar.

Aparte de estar totalmente inmovilizado, estaba preocupado por que había quedado con Montse para comer con unos amigos y por otra parte mi mujer no sabia nada de lo que estaba pasando en aquellos instantes. Esta situación, yo la he pensado muchas veces. Siempre hay un protagonista activo y otro pasivo. El activo, lo puede pasar mal según lo acontecido, pero el que no sabe nada o finalmente recibe una mala noticia, aun lo puede pasar peor. No había forma de comunicarme. Y la chica de la ambulancia, me iba diciendo que cada movil es un mundo y que solo lo conoce su propietario, y que no había manera. Mientras me lo decía, yo pensaba que aun siendo su propietario, yo a veces tampoco lo entendía. Llegue a pensar que el movil, del susto, se quedó paralizado.

El viaje fue con sirena y a todo trapo, lo cual, aún en mi estado de inconsciencia me pareció bien. Había siempre oído el inquietante sonido de las sirenas acongojando al público, estando yo fuera, de viandante, pero nunca el pitido estruendoso de una sirena sonando en mi honor.
Cuando llegamos a urgencias del hospital me dio la impresión de que se había interrumpido la dramática secuencia. Deje de ser el accidentado urgente. Los de la ambulancia, que habían hecho muy bien su cometido, me dejaron aparcado en un ala de urgencias. La chica de los buenos pectorales y el agradable chico se despedían de mi, deseándome lo mejor. Yo, mientras tanto quede allí, aparcado. Entonces pensé, mira ya no soy ni tan importante ni tan urgente. 
Finalmente vinieron los doctores y me hicieron las preguntas pertinentes. En estos interrogatorios, si te quedas corto mal, porque no te hacen ningún caso y si vas largo, también mal porque entonces te someten a un sinfín de pruebas. Opté para que mis respuestas fueran por el medio.

Luego me llevaron a una sala para comprobar si tenía algún hueso roto. Mi cuerpo supuraba por todo el lado izquierdo. En esta sala, a media luz, había un buen número de enfermeras que estaban hablando de sus turnos particulares y de como se repartían las guardias y no dejaron de hablar de ello, hasta que no terminó las sesión de pruebas. Una finalmente dijo que era un desastre y una barbaridad y yo dije tan mal estoy y la chica dijo que no, que no se refería a mi, sino al sistema de turnos que era un auténtico desastre. No le contesté porque pensé que no me atañía. Y que meterse en el sistema de turnos de hospital, y mas en mi estado, podría acabar mal.
Más tarde me llevaron a una habitación, a la espera. En los box de urgencias, cuando ven que no te vas a morir, al menos de una forma inminente, estas horas y horas a la espera. Yo también estaba a la espera de que me llegara alguien conocido puesto que, finalmente pude conectar con mi mujer y ella con mi hermano para ir al hospital. Era una habitación compartida separada por un biombo. Yo, al del otro lado no le veía, y no se quejaba ni nada, solo oía que en su movil no paraban de entrar wasshaps con su sonido característico. Me extrañó que el paciente, o la paciente, recibiera tantísimos wassaps (debía tener muchos amigos). Hasta llegue a pensar que si no contestaba a ellos es que quizás estuviese en la cuarta dimensión y nadie se había enterado.

Mientras estaba en la cama de la habitación 11, compartida, oía las conversaciones que se producían en el pasillo, y de las varias urgencias que se daban. Esto, en parte me distraía, pero daba miedo A una mujer la habían trasladado en estado muy grave porque se había atragantado, pero como atragantado le decía un médico a la enfermera, que si joder que ha ingerido sólido o liquido de no se que por el conducto equivocado y que ha estado a punto de ahogarse porque se le ha ido liquidó a los pulmones, se ha quedado sin oxigeno y ahora esta muy mal, puesto que ha estado mucho rato sin poder respirar...

En la segunda sala de pruebas y parecido a lo que le pasó un día a mi hermano, hubo expectación. Dado que tenemos unos pies muy singulares (herencia materno genética) con los dedos algo desordenados. Llego a un punto, en que los que tenían que hacerte las pruebas pertinentes se despistaron mirándome los pies, hasta el punto que llamaron a más colegas para que los vieran. Todos comentaban, no se si mi estado o mis pies. Llegue a pensar que se querían hacer un selfie con ellos, con los pies. Finalmente pedí que me los taparan de una vez, porque tenía frío.

Finalmente vinieron mis familiares a recogerme. El medico me dio el alta, no sin antes haberme hecho la enfermera una curas en todas las heridas, recomendarme reposo, y sobre todo que me tomara los medicamentos prescritos: seis Nolotiles diarios, acompañados de Paracetamoles a demanda, más Amoxicilina. Pobre hígado pensé.

Por la tarde me vino a ver el conductor que me atropelló. El hombre estaba muy apenado. Yo estaba muy jodido, pero el estaba muy apenado. Me contó que era rumano que se llamaba Florín y que estaba muy triste, por lo que había sucedido. Me comentó que el había frenado la furgoneta pero que, al llevar sobrecarga de mortero (por lo visto es restaurador de casas), la furgoneta se le fue unos metros para adelante, los suficientes como para pasarse del stop e impactar con mi moto. Que me pedía perdón y que podía hacer por mi. Yo, lo vi tan jodido, que intente consolarle diciéndole que no se preocupara, y que no tenía nada roto. Que ya se arreglarían la respectivas aseguradoras en las reparaciones, tanto de la moto como las de mi cuerpo.

Ahora estoy con buena parte de la izquierda de mi cuerpo vendada y tomando antibióticos y poniéndome pomadas, ya que la piel, que yo creía mas dura, quedo abrasada como papel de fumar por el roce con el asfalto. Finalmente, un accidente así te hace reflexionar sobre el tema del

destino, pero este es un tema muy complejo y, ahora, en estos momentos, me encuentro dolorido y cansado. Solo tengo ganas de dormir. 

viernes, 19 de junio de 2015

martes, 16 de junio de 2015

viernes, 12 de junio de 2015

domingo, 7 de junio de 2015