martes, 21 de diciembre de 2010
Mi particular cuento navideño
El corc que se me comía el caballete
Esto que voy a contar no contiene ningún mensaje ni nada parecido, es simplemente una historia entre un corc, mi caballete de pintar cuadros grandes y yo.
Hace ya algún tiempo (la primera vez que me di cuenta estaba trabajando el cuadro de la “manzana de la discordia”) escuché un ruido que no venía de la música precisamente. En el silencio de la noche y totalmente concentrado en los detalles minuciosos del cuadro (estaba en la fase final del mismo) oía aquel crec, crec, crec, crec…que seguía y seguía. Aquel sonido repetitivo me hacía perder la concentración. Me pareció identificar aquel ruido con el que hace un corc cuando va royendo lentamente la madera. Incluso baje la música para poderlo oir mejor pero curiosamente, al poco rato de bajar la música el ruido remitía; es decir que el corc al margen de su trabajo normal (el de hacer túneles y de paso alimentarse de la madera) tenía una debilidad, manifiesta por la música de Bach (aquella sinfonía por lo visto le estimulaba); cuando Juan Sebastián Bach sonaba en los altavoces de mi Ipod, el corc se ponía ha trabajar como un poseso.
Mi caballete es grande y dispone de una manivela con la que puedes subir y bajar la tela. Uno normalmente no se fija en su caballete; se limita a poner la tela y pintarla. Pues bien aquel día mire el caballete con detenimiento. Estaba plagado de cientos de agujeros de no se cuando tiempo. Por lo tanto si no quería ver un día como se desmoronaba mi querido caballete (le tengo mucho cariño a este artefacto puesto que me lo regaló Montse al principio de nuestra relación y de esto hace años muchos años, como conformidad a ser la mujer de un pintor que es tanto como decir: querido, si quieres pintar pinta y si nos morimos de hambre no pasa nada), bien entonces comprenderéis el afecto que le tengo y mi obstinación en salvarlo. Así pues la batalla estaba servida.
Asesorado por la encargada del departamento de Leroy Merlin compré un tapaporos de madera para obstruirle su paso de las galerías y un arma mortífera llanada Carcomin (el nombre lo dice todo). Así pues, bien equipado, me dispuse a plantarle cara al corc. La táctica consistía en ir tapando pacientemente agujero tras agujero con la masilla. Al mismo tiempo que, con una cánula delgada al uso, la iba introduciendo por los agujeros y pulsaba el tóxico spray en el interior de las galerías. Esta operación la tuve que repetir infinidad de veces ya que el corc no se daba por vencido y de nuevo oía el maldito crec, crec, crec (siempre de noche y al compás de Bach).
Al fin, un día por la mañana, cuando subí las persianas y entró la luz al estudio lo vi. Vi un pequeño bultito de unos tres milímetros que sobresalía de uno de los agujeros. Era el corc, el pobre estaba tieso. Y, queréis que os diga una cosa, entonces me dio pena haber abatido a mi enemigo; al compañero de tantas noches con sus crec, crec, crec y sin embargo una vez que lo había vencido me sentí mal e incluso para acallar mi conciencia he llegado a pensar que murió de un atracón desmesurado de madera de mi caballete o quizás de viejo porque ¿alguien sabe cuánto tiempo vive un corc?.
Bueno, al menos le he hecho un dibujo como testimonio gráfico de un corc, fan de Bach y que, eso si, murió trabajando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Hola Eduard!
M'ha agradat molt aquest conte de Nadal!
Tu i les teves batalles personals amb alló que t'envolta i et molesta fan honor al teu segón cognom, no!?!?!
Me n'alegro de que al final hagis pogut salvar el teu preuat caballet si encara et sap greu la mort del corc pensa que durant els seus apats (tots a la teva costa) va poder gaudir d'una sel·lecció musical exquisida!
SALUT i bones festes!
Hola Edu!!!
Molt bo el conte, m'agradat molt, molt bon any a tu i a Montse.
Òscar.
Publicar un comentario