Esto que os voy a contar, es la experiencia que he tenido en dos episodios a lo largo de
mi vida y que ahora, al pasarme hace poco el segundo de ellos, he recordado nítidamente
el primero. Y, los recuerdo, por lo sumamente surrealistas que fueron ambos en su
momento. En los dos casos, el argumento, es la enorme arbitrariedad que tienen algunas
personas para rechazar a otras sin motivo aparente, y que, por una u otra razón y a partir
de un hecho concreto, conversación en ambos casos, ya no quieren verte ni en pintura. Te
tachan como si fueras un apestado, y tu te preguntas repetidas veces, pero que le habré
dicho a este o esta, para que me huya de esta manera, si creo que me he comportado
educadamente y de una forma civilizada.
El primer caso de este rechazo automático y si miramientos fue en una calçotada a la que,
como cada año, fui invitado con mi mujer, a la casa de un buen amigo mío, la verdad es
que de amigos tengo pocos, y este, es uno de los buenos. La cuestión es, que aparte de
la calçotada, buena donde las haya, mi amigo tiene caballos, de los de cabalgar y unas
cuadras donde hay los mas variados y hermosos ejemplares. Yo, la verdad es que no se
distinguir los unos de los otros y no se si son para criar, para cabalgar o para domar. Cada
año, cuando termina la comida de los suculentos calçots y la carne (que seguro que no es
de caballo) mi amigo nos lleva a las cuadras para que contemplemos las últimas
adquisiciones.
Aquel año, aparte de los nuevos caballos, nos presento a un hombre que había
contratado para cuidarlos, para la doma y enseñar equitación de alta escuela. El
contratado era un tío que, por los visto, entendía mucho de caballos, además el hombre
ya tenía pinta de domador. Lo recuerdo como un hombre alto y delgado, de mediana
edad, con largas y lacias melenas de color rubio y de como un hombre muy vivido, con
varias perdigonadas en las alas que le había dado la vida (esto se nota). Iba vestido con
un jersey rojo y pantalones de montar con botas altas, y al que solo le faltaba un fino
látigo en la mano (parecía salido de le Cirque de Soleill). A mi, en cuanto me vio, me
hecho el ojo, y esto yo lo note. El hombre, además, ejercía de profesor de equitación de
las hijas de mi amigo, (mi amigo, cuando contrata a una persona, debe ser poseedora de
muchas cualidades que le satisfagan, porque sino de la misma manera que los contrata
los despide). Y va mi amigo y le dice al domador de caballos, te presento a mi amigo
Eduard que es un gran pintor. El hombre, en un principio mostró un interés por lo de ser
artista y ver en mi figura que tenia las piernas ligeramente arqueadas y debió pensar que
era de montar caballos (en realidad es de una artrósis severa de rodilla). El domador y yo
nos quedamos un momento en un tu a tu, porque mi amigo, con un perdón, nos dejo
solos. Yo, bien bien, no sabía que hablar con un domador de caballos, entré otras cosa
porque no entiendo nada sobre ellos. Espere prudentemente a que hablará el hombre.
Tras un breve y tenso silencio, va y me dice: tu o usted, ahora ya no lo recuerdo. ¿Que
tipo de monta hace?. Yo ya intuí, que el hombre, y más en el entorno en que no
hallábamos, me preguntaba por el tipo de monta a los caballos. Yo me quede un poco
cortado porque no sabía bien bien que responderle, pero por la expresión de su cara al
hacerme la pregunta, considere que era de vital importancia que la respuesta fuera la
adecuada. Espere un momento, y le pregunte a que se refería, y va y me dice un tanto
contrariado: que si yo montaba a la inglesa o a la española. Yo, haciendo acopio de mi
memoria y queriéndole dar una respuesta desprovista de ironías ni falsas
interpretaciones, le respondí seriamente, que lo único que había montado en mi vida, y en
contra de mi voluntad, fue una mula, una mula grande, desde una masía, hasta el pueblo
que estaba a unos tres kilómetros y que, a partir de aquel triste y traumático episodio no
había montado nada mas. Otro silencio. Además, al ver la cara de perplejidad que puso,
le amplíe la respuesta y creo que esto fue peor, y añadí: fue de una forma totalmente
contraria a mi voluntad, ya que yo solo tenia ocho años y ni siquiera fui consultado. Fue mi
tío quien me cogió, me monto a lomos de la mula y dijo, no a mi, sino a la mula: que se
fuera para la cuadra del pueblo, con lo cual la mula arranco (por lo visto si aquella mula no
tenía una misión concreta como de llevar a alguien a lomos o tirar por ejemplo, de un
carro, la mula no se movía), y la mula me llevo presta, hasta la cuadra sin que yo pudiera
intervenir en nada, ni en la decisión de mi tío ni de la propia mula. Al ver que el domador
no contestaba, añadí: (por un instante pensé que estaba fascinado por la propia
ingenuidad del relato) creo que fue un acto temerario por parte de mi tío, puesto que la
mula, en un ramalazo salvaje, podía haberse tirado hacia al monte conmigo a lomos, o
quizás dirigirse en sentido contrario al destino señalado. Un nuevo silencio, y después de
mirarme con un cierto desprecio reflejado en su cara, y no decirme nada, el domador me
dio la espalda. Bien, pues después del relato, ya no me volvió a dirigir la palabra en todo
lo que duró la jornada. Es más, me miro con una especie de odio, por haber perdido el
tiempo con un individúo, que sólo había montado una vez en su vida, y además una mula.
La segunda vez que note un rechazo fulminante, de aquellos de "Vade Retro Satanás, fue
en el cumpleaños de una amiga nuestra. Fue un día, que a esta amiga, que había
cumplido años, le dieron una fiesta sorpresa (aprovechar para decir que no me gustan
nada las fiestas sorpresa, ya que siempre te pillan en fuera de juego) nos convocaron a
un restaurante refugio de montaña de los Pirineos, un día que hacia un frío que pelaba, y
en el que ni los grajos, ni los lobos se habían atrevido a salir. Al cabo de un tiempo, que se
nos hizo interminable, y de haber subido aquella montaña con el coche resbalando por los
bordes de la carretera helados, y sin cadenas, finalmente llegamos. Además era el
principio de mi diplopía y veía las señales doble. Una vez en el refugio, y después de
haberle ofrecido los regalos y felicitar efusivamente a nuestra amiga, junto con un sinfín
de amigos suyos, convocados con el mismo propósito, pasamos a dar cuenta de las
generosas viandas. Dada la hora, y con el frío que todos los allí presentes habían
padecido camino del refugio, el acceso al ágape, se convirtió en una guerra de guerrillas
para acceder a los suculentos manjares que nos guiñaban el ojo desde las bandejas. La
gente debió de pensar que nos quedaríamos sitiados en aquel refugio de montaña y hacia
acopio de lo que había en las mesas. Cuando se calmó algo el ataque a las viandas,
nuestra amiga, nos presento a mi mujer y a mi, a una doctora en psicología. A mi las
doctoras en psicología siempre me han dado mucho morbo y también respeto. Porque te
dices, seguramente me estará analizando esta mujer mientras yo le hablo y sabrá mis
interioridades (es como si te hallaras desnudo delante de ella) y claro, por este motivo, tu
escoges las palabras y no te excedes, pero eso si, estas en un constante estado de
concentración. A mi me presento como escritor y pintor y a mi mujer, como en otro tiempo,
famosa modelo. Por lo visto esto despertó la curiosidad de la psicóloga. La señora, de
buen ver y de mediana edad, era absolutamente habladora y dicharachera (te contagiaba
su vitalidad). Una vez saciado el hambre y con las copas de vino en la mano, no paraba
de hacernos preguntas, y yo pensé que ya nos estaba psicoanalizando. Hablamos de
cine, de literatura y de nuestros directores de cine favoritos, de pintores, escritores.
Parecía la escena de una película de Wody Allen, sólo faltaba el por allí en medio. Llego
un punto, que parecía que entre la psicóloga y nosotros se había conseguido la sintonía
perfecta. Le dije a mi mujer mira ya tenemos una nueva amistad para el futuro. Yo pensé
mira tu por donde le hemos caído la mar de bien y así, si un día tenemos un trastorno
mental (nada de extrañar en los tiempos que corremos) nos hará un descuento. La
cuestión es que seguimos hablando, hasta que llego un momento de la conversación, que
derivo en el estado físico de las personas para disfrutar de la vida, yo lo evitaba pero mi
estimada mujer, sacó el tema de que ambos habíamos padecido sendos cánceres, esto
si, sin el mal gusto de entrar en detalles. Fue fulminante. Desapareció de nuestro lado,
como alma que lleva el diablo. Desapareció hasta de nuestra proximidad y yo hasta me
pregunte si se había largado a toda prisa de aquel refugio. Pero no. Porque la seguí viendo departir con otras personas, pero eso si, sin perdernos de vista, supongo que
con el propósito de que no nos acercáramos a ella. Es más y puedo decirlo con toda
seguridad que, haciendo la prueba de ofrecerle una copa de cava para reanudar la
conversación, fue verme acercar y la tía arranco hacia otro lado, cargándose pastelillos y
demás canapés de una bandeja. Pensé que en ningún momento le hablé, de que
hubiésemos tenido ninguna enfermedad de tipo contagioso. Pero hay personas que son
tan aprensivas a las enfermedades, que piensan que si están en contacto con otras que si
han padecido algún tipo de enfermedad grave, se pueden contagiar, no tanto de la
enfermedad, como de la mala suerte. Pasado aquel sórdido episodio me hizo recordar,
que cuando nos toco a nosotros, parte de la gente que mas o menos considerabas
amigos ni siquiera te llamaban. Luego al cabo del tiempo, cuando por alguna u otra razón
coincidías con ellos, te decían, que es que no sabían que decirte. Pues es tan fácil y
sencillo como decir. ¿Como te encuentras?, y si necesitas algo estoy a tu disposición.
- Moraleja: hay personas, muchas personas, que tienen una especial aversión a todo lo que en su mente no les cuadra y que son tajantes y hasta mal educadas cuando esto sucede. En el primer caso fue un rechazo clasista del domador, hacia un hombre que le había decepcionado, por no saber nada de montas ni de caballos y haberse sincerado contando una historia de mulas. En el segundo caso, a una aprensión a todo lo que oliera a enfermedad (rarísimo en una psicóloga). Todo esto lo cuento a título de anécdota. No tenía ningún interés especial en hacerme amigo, ni del domador ni de la psicóloga.
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