domingo, 28 de septiembre de 2014

CUENTO DE LA HABITACIÓN 317 EN UN HOTEL DE O GROVE (GALICIA

 O Grove es un pueblo de pescadores de Galicia. Está situado en las rías baixas, cerca de Cambados, tierras del buen vino de Alvariño, lo cual y sumado al exquisito marisco, justifica con creces nuestra presencia (casi anual). A partir de aquí, de nombrar el lugar donde nos encontrábamos, y dado el complejo asunto que me lleva a escribir este cuento, no voy a dar nombres del hotel ni de nada mas.
En los diferentes cuentos a lo largo de estos últimos años habréis podido comprobar hasta que punto mi despiste es supino. Y es que, siempre estoy pensando más en el próximo cuadro o proyecto que voy a emprender, que en lo que estoy haciendo en aquellos momentos. Bueno, la cuestión es que lo que sucedió aquel día me podía haber costado caro; a mi como accidental protagonista, y, de paso, al propio hotel en el que nos hallábamos hospedados. He de puntualizar que el hotel de O Grove, contratado por internet, estaba muy bien. Era moderno, muy nuevo y situado en el mismo centro del pueblo.
Aquella soleada mañana en que empezaba el día, la luz se filtraba potente por los ventanales. Sin prisas, mi mujer y yo nos levantamos en cuando nuestro despertador biológico quiso. A los dos nos gusta desayunar fuera del hotel. De esta manera damos un paseo para mover el cuerpo, ya que va bien, para lo que nosotros llamamos confidencialmente devoluciones diarias. Así pues nos fuimos a desayunar a un bar cercano al paseo, leer los periódicos locales, planificar el día y todo ello, hasta cuando el propio cuerpo te pide la vuelta a la habitación. Quedé con mi mujer que yo, como siempre, me adelantaría y que luego ya nos veríamos.
Siempre nos damos un espacio de tiempo para no coincidir en la habitación. Es de todos conocido (al menos por nuestros amigos) el respeto que tenemos por no invadir nuestros espacios vitales y más si estos son íntimos. Así pues me encaminé con paso rápido hacia el hotel. Había notado, de repente, que mis intestinos estaban en pie de guerra. Aceleré el paso puesto que, en el momento que me levanté de la mesa del bar, se había activado lo que podríamos llamar el proceso. Me dirigí con pasos rápidos y con las nalgas prietas un poco como Chiquito de la Calzada en sus cortos paseos por el escenario, así estaba yo.
Finalmente llegué al hotel, en un trayecto que se me hizo interminable. Subí al ascensor que me llevó (muy lentamente) hasta el segundo piso. Yo sabia que tenia la habitación a la primera puerta a la salida del ascensor así pues me encaminé raudo con la tarjeta ya preparada para abrir la puerta. No tenía otra cosa en la cabeza, que hacer las cosas fáciles para poder llegar en buenas condiciones a mi destino. Puse correctamente la tarjeta en el receptor pero la maldita puerta no se abría y no había manera de que esta se abriera por mas que yo sacaba y ponía la tarjeta. Maldije los nuevos inventos y pensé en las otrora efectivas llaves. Por otra parte, el posible mal estado de algún mejillón me estaba acelerando la necesidad de mis ahora rebeldes intestinos. Afortunadamente, la mujer de la limpieza estaba haciendo las habitaciones del primer piso, lo que detecté por el ruido de los aspiradores. Así que la llamé con urgencia, casi con un grito desesperado (a lo Tarzan). Cuando, alarmada se presentó, le dije que mi habitación no se habría y que probara ella. La mujer lo intentó sin éxito, llegando a la conclusión, por lo que dijo, de que seguramente se tendría que recargar la tarjeta en la recepción. Yo sabia que, dado mi estado de urgencia, jamás llegaría a la recepción para recargar la maldita tarjeta. Con lo que, desesperado, le dije que lo intentase de nuevo. Finalmente, alertada por la discusión, acudió la gobernanta del hotel a la cual expusimos el problema y ella, la gobernanta, comprensiva, me debió ver tan apurado y con las piernas muy cruzadas (no puedo decir el color de mi cara) que decidió con su tarjeta maestra abrir la habitación, no sin advertirme antes que luego fuese a recargar la mía.
Salvado, entré raudo a la habitación y directamente a la puerta del baño que afortunadamente estaba enfrente que la misma puerta de entrada. Abrí la puerta y me encontré un tío cagando en mi cuarto de baño. Le digo: ¡Por dios, que coño hace usted en mi habitación. Y el tío me responde sumamente alterado y asustado: ¡maldita sea la hostia, la madre que te parió, y no se cuantas cosas más dijo: haga usted el favor de irse, que esta es mi habitación, hostia puta!. Ante el mal carácter de aquel individuo, salí precipitadamente de la habitación intuyendo el error. Al salir me encontré con la camarera y la gobernanta pasmadas, pero que, al intuir el posible error. ya se estaban largando escaleras abajo.
Al salir raudo de la habitación de aquel pobre tío, comprendí mi error. Mi habitación estaba a la salida del ascensor pero en vez de la derecha del ascensor se hallaba a la izquierda, con lo cual, y dada la premura del momento, entré en la habitación de otro individuo que en aquellos momentos estaba haciendo lo que yo quería hacer hacia ya mucho rato.
Finalmente no hubo consecuencias ni se hablo mas del incidente. Lo que si esta claro, es que si el tío hubiese reclamado a la dirección del hotel, la estancia, posiblemente le hubiese salido gratis. Y no se, ni sabré jamás, si finalmente lo hizo.


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