En los diferentes
cuentos a lo largo de estos últimos años habréis podido comprobar hasta que punto
mi despiste es supino. Y es que, siempre estoy pensando más en el próximo
cuadro o proyecto que voy a emprender, que en lo que estoy haciendo en aquellos
momentos. Bueno, la cuestión es que lo que sucedió aquel día me podía haber
costado caro; a mi como accidental protagonista, y, de paso, al propio hotel en
el que nos hallábamos hospedados. He de puntualizar que el hotel de O Grove,
contratado por internet, estaba muy bien. Era moderno, muy nuevo y situado en
el mismo centro del pueblo.
Aquella soleada
mañana en que empezaba el día, la luz se filtraba potente por los ventanales.
Sin prisas, mi mujer y yo nos levantamos en cuando nuestro despertador
biológico quiso. A los dos nos gusta desayunar fuera del hotel. De esta manera damos
un paseo para mover el cuerpo, ya que va bien, para lo que nosotros llamamos
confidencialmente devoluciones diarias. Así pues nos fuimos a desayunar a un
bar cercano al paseo, leer los periódicos locales, planificar el día y todo
ello, hasta cuando el propio cuerpo te pide la vuelta a la habitación. Quedé
con mi mujer que yo, como siempre, me adelantaría y que luego ya nos veríamos.
Siempre nos damos
un espacio de tiempo para no coincidir en la habitación. Es de todos conocido (al
menos por nuestros amigos) el respeto que tenemos por no invadir nuestros
espacios vitales y más si estos son íntimos. Así pues me encaminé con paso
rápido hacia el hotel. Había notado, de repente, que mis intestinos estaban en
pie de guerra. Aceleré el paso puesto que, en el momento que me levanté de la
mesa del bar, se había activado lo que podríamos llamar el proceso. Me dirigí
con pasos rápidos y con las nalgas prietas un poco como Chiquito de la Calzada
en sus cortos paseos por el escenario, así estaba yo.
Finalmente llegué
al hotel, en un trayecto que se me hizo interminable. Subí al ascensor que me
llevó (muy lentamente) hasta el segundo piso. Yo sabia que tenia la habitación
a la primera puerta a la salida del ascensor así pues me encaminé raudo con la
tarjeta ya preparada para abrir la puerta. No tenía otra cosa en la cabeza, que
hacer las cosas fáciles para poder llegar en buenas condiciones a mi destino. Puse
correctamente la tarjeta en el receptor pero la maldita puerta no se abría y no
había manera de que esta se abriera por mas que yo sacaba y ponía la tarjeta.
Maldije los nuevos inventos y pensé en las otrora efectivas llaves. Por otra
parte, el posible mal estado de algún mejillón me estaba acelerando la
necesidad de mis ahora rebeldes intestinos. Afortunadamente, la mujer de la
limpieza estaba haciendo las habitaciones del primer piso, lo que detecté por
el ruido de los aspiradores. Así que la llamé con urgencia, casi con un grito
desesperado (a lo Tarzan). Cuando, alarmada se presentó, le dije que mi
habitación no se habría y que probara ella. La mujer lo intentó sin éxito, llegando
a la conclusión, por lo que dijo, de que seguramente se tendría que recargar la
tarjeta en la recepción. Yo sabia que, dado mi estado de urgencia, jamás llegaría
a la recepción para recargar la maldita tarjeta. Con lo que, desesperado, le
dije que lo intentase de nuevo. Finalmente, alertada por la discusión, acudió
la gobernanta del hotel a la cual expusimos el problema y ella, la gobernanta,
comprensiva, me debió ver tan apurado y con las piernas muy cruzadas (no puedo
decir el color de mi cara) que decidió con su tarjeta maestra abrir la
habitación, no sin advertirme antes que luego fuese a recargar la mía.
Salvado, entré
raudo a la habitación y directamente a la puerta del baño que afortunadamente
estaba enfrente que la misma puerta de entrada. Abrí la puerta y me encontré un
tío cagando en mi cuarto de baño. Le digo: ¡Por dios, que coño hace usted en mi
habitación. Y el tío me responde sumamente alterado y asustado: ¡maldita sea la
hostia, la madre que te parió, y no se cuantas cosas más dijo: haga usted el
favor de irse, que esta es mi habitación, hostia puta!. Ante el mal carácter de
aquel individuo, salí precipitadamente de la habitación intuyendo el error. Al
salir me encontré con la camarera y la gobernanta pasmadas, pero que, al intuir
el posible error. ya se estaban largando escaleras abajo.
Al salir raudo de
la habitación de aquel pobre tío, comprendí mi error. Mi habitación estaba a la
salida del ascensor pero en vez de la derecha del ascensor se hallaba a la
izquierda, con lo cual, y dada la premura del momento, entré en la habitación
de otro individuo que en aquellos momentos estaba haciendo lo que yo quería
hacer hacia ya mucho rato.
Finalmente no hubo
consecuencias ni se hablo mas del incidente. Lo que si esta claro, es que si el
tío hubiese reclamado a la dirección del hotel, la estancia, posiblemente le
hubiese salido gratis. Y no se, ni sabré jamás, si finalmente lo hizo.
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