OBSESION
El otro día
por la por la TV vi uno de estos magníficos
reportajes de animales que dan por la cadena 2, que dicho sea de paso, es como
un oasis visual entre la tantísima
basura que se emite por el medio televisivo.
El reportaje trataba sobre los calamares gigantes. Calamares
que viven en las profundidades abisáles
de los grandes oceános y
que nunca nadie, al menos antes de este reportaje, había visto vivos. Tan sólo
habían aparecido muertos,
varados en alguna playa y ya en avanzado estado de descomposición.
Aquella historia, desde un principio, me pareció muy interesante. Sobre todo por
la obsesión de un científico japonés y de sus enormes ganas por
capturar imágenes de este
cefalópodo descomunal. Este
calamar es capaz de pelear con los grandes cachalotes cuando estos bajan a las
profundidades para comérselos.
Y de que los calamares eran gigantes no había
duda, era mas que evidente, por el perímetro
de las huellas de sus tentáculos
dejados en la piel de los cachalotes.
Desde el barco experimental y con la ayuda de un sofisticado
batiscafo para bajar a las profundidades, se produjeron varios intentos
fallidos para poder captar imágenes
del calamar. Pero al japonés,
persistente él, se le
ocurrió la idea de hacer
una especie de puré triturado
consistente en un batido de atunes, pulpos y otros calamares, una especie de
boullabesa para atraer a la bestia. Después
de pasarlos por una enorme batidora, ya tenía
preparado el mejunje. Supongo, que el científico
japonés tenía en mente y como referencia, lo
que usan los pescadores para atraer a los grandes tiburones o peces de gran
tamaño como el Merlin.
Después de bajar a no se
cuantos cientos de metros de profundidad y tirar la espesa salsa por una
escotilla, el sistema falló porque
no apareció ningún calamar. Y no fue hasta después de mucho tiempo y nuevos métodos que, por medio de potentes
luces y cámaras
sofisticadas, pudieron tomar imágenes
del enorme calamar.
Esta historia del japonés
me transportó a tiempo atrás y a mi propia experiencia. Era
en una época que yo estaba
obsesionado con la pesca de una gran lubina (como el pescador del "Viejo y
el mar"). Haciendo pesca submarina ya las había pescado de buen tamaño, pero yo quería
la mas grande (el sueño de
cualquier cazador). Transcurría
el verano de no se que año,
hace ya mucho tiempo, y mi deseo por pescar lubinas grandes se había vuelto en una obsesión casi enfermiza. Las soñaba. Mi punto de vista para
atraer a la pieza era parecido al del científico
japonés. Me preguntaba ¿Por que esperar a buscarlas por
el inmenso mar?. No a la espera, había
que provocarlas. Había oído, por boca de los pescadores,
que las grandes lubinas seguían
a las barcas en su regreso al puerto. Era cuando, desde las barcas tiraban los
restos del pescado por la borda y estas las seguían
hasta el mismo puerto. Yo pensé,
por que no haces lo mismo que hacen las barcas y provocas su encuentro y así, una vez halladas, y con tu
buen arte para capturarlas les clavas el arpón
de tu fusil.
No me lo pensé mas.
Llevado por mi fija idea y mi enfermiza obsesión,
me puse manos a la obra. Me fui a comprar dos kilos de sardinas de buen tamaño. Mi idea era ensartarlas en
una línea de nylon y salir
de buena mañana, y cuando
nadie me viera, entrar en el agua con la ristra colgada de mi cintura y
arrastrarlas por el mar hasta que las deseadas lubinas, tentadas por el rastro
de las sardinas aparecieran. Pero las cosa nunca suelen ocurrir como uno las
piensa. Pasó, que el día esperado hacia muy mala mar,
con lo cual, la deseada salida se frustró.
Esperé un día más oportuno, pero continuaba la mala mar y el viento
fuerte de levante no cesaba. Pasaron tres días
hasta que amaneció uno
bueno con un sol resplandeciente. Subí
a la azotea en busca de las sardinas para poner en marcha mi ingenioso
proyecto. Pero lamentablemente las sardinas, expuestas a la intemperie, se habían podrido. Bueno pensé, si están podridas mejor porque olerán más
y serán más tentadoras (iba ciego). Y
tanto que olían, ya que en
mi marcha hacia la playa, la gente se iba apartando ante aquel olor
nauseabundo. Al final llegue a la playa con mi equipo de pesca submarina, mi
fusil y mi traje de neopreno. Una vez allí,
até las sardinas a mi
espalda como si fuera la cola de un cometa, y con paso decidido desfilé hacia el mar. A medida que iba
avanzando al ritmo de mis pies de pato me di cuenta de que aquello no iba a
funcionar. No solo no apareció ninguna
lubina sino que los pocos peces que habían
se largaron al ver a un tío
con una ristra de sardina oliendo a mil demonios. Además mi imagen quedó
deteriorada ya que la la gente que estaba en playa, donde había conocidos, se había apartado pensando lo chalado
que yo debía de estar para
colgarme aquella ristra de pescado podrido en el cinturón de plomos, fusil en mano y tirando mar adentro.
Por otra parte, como estaban podridas, se iban deshaciendo de la línea de nylon, y yo iba sembrando
el mar de unos pedazos de pescado putrefacto. Como para detenerme por
contaminación marítima.
Tengo que decir, para finalizar este cuento, que mi obsesión por pescar la lubina mas
grande fue un fracaso enorme, parecido a la del japonés y su sopa de pescado triturado (aunque en versión pobre). Y es que las
obsesiones, para lo que sean, no son buenas para nada, porque nos hacen actuar como imbéciles,
hasta tal punto, que a veces caemos en el más
grande de los ridículos.
Moraleja: No te obsesiones, porque no conduce a nada bueno.
Puedes ser ambicioso en tu deseo pero serénate,
piensa, y con constancia lograras tus objetivos. Eso si, tengo que añadir, al menos para no parecer
tan lerdo, que con el tiempo, llegue a pescar lubinas de cuatro y cinco kilos.
Fue con mi experiencia y buen hacer, y esto, sin llevar una ristra de sardina
podridas a mi espalda como reclamo.
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