viernes, 19 de diciembre de 2014

CUENTO NO NAVIDEÑO. OBSESIÓN

OBSESION

El otro día por la por la TV vi uno de estos magníficos reportajes de animales que dan por la cadena 2, que dicho sea de paso, es como un oasis visual entre la tantísima basura que se emite por el medio televisivo.

El reportaje trataba sobre los calamares gigantes. Calamares que viven en las profundidades abisáles de los grandes oceános y que nunca nadie, al menos antes de este reportaje, había visto vivos. Tan sólo habían aparecido muertos, varados en alguna playa y ya en avanzado estado de descomposición.

Aquella historia, desde un principio, me pareció muy interesante. Sobre todo por la obsesión de un científico japonés y de sus enormes ganas por capturar imágenes de este cefalópodo descomunal. Este calamar es capaz de pelear con los grandes cachalotes cuando estos bajan a las profundidades para comérselos. Y de que los calamares eran gigantes no había duda, era mas que evidente, por el perímetro de las huellas de sus tentáculos dejados en la piel de los cachalotes.

Desde el barco experimental y con la ayuda de un sofisticado batiscafo para bajar a las profundidades, se produjeron varios intentos fallidos para poder captar imágenes del calamar. Pero al japonés, persistente él, se le ocurrió la idea de hacer una especie de puré triturado consistente en un batido de atunes, pulpos y otros calamares, una especie de boullabesa para atraer a la bestia. Después de pasarlos por una enorme batidora, ya tenía preparado el mejunje. Supongo, que el científico japonés tenía en mente y como referencia, lo que usan los pescadores para atraer a los grandes tiburones o peces de gran tamaño como el Merlin. Después de bajar a no se cuantos cientos de metros de profundidad y tirar la espesa salsa por una escotilla, el sistema falló porque no apareció ningún calamar. Y no fue hasta después de mucho tiempo y nuevos métodos que, por medio de potentes luces y cámaras sofisticadas, pudieron tomar imágenes del enorme calamar.

Esta historia del japonés me transportó a tiempo atrás y a mi propia experiencia. Era en una época que yo estaba obsesionado con la pesca de una gran lubina (como el pescador del "Viejo y el mar"). Haciendo pesca submarina ya las había pescado de buen tamaño, pero yo quería la mas grande (el sueño de cualquier cazador). Transcurría el verano de no se que año, hace ya mucho tiempo, y mi deseo por pescar lubinas grandes se había vuelto en una obsesión casi enfermiza. Las soñaba. Mi punto de vista para atraer a la pieza era parecido al del científico japonés. Me preguntaba ¿Por que esperar a buscarlas por el inmenso mar?. No a la espera, había que provocarlas. Había oído, por boca de los pescadores, que las grandes lubinas seguían a las barcas en su regreso al puerto. Era cuando, desde las barcas tiraban los restos del pescado por la borda y estas las seguían hasta el mismo puerto. Yo pensé, por que no haces lo mismo que hacen las barcas y provocas su encuentro y así, una vez halladas, y con tu buen arte para capturarlas les clavas el arpón de tu fusil.

No me lo pensé mas. Llevado por mi fija idea y mi enfermiza obsesión, me puse manos a la obra. Me fui a comprar dos kilos de sardinas de buen tamaño. Mi idea era ensartarlas en una línea de nylon y salir de buena mañana, y cuando nadie me viera, entrar en el agua con la ristra colgada de mi cintura y arrastrarlas por el mar hasta que las deseadas lubinas, tentadas por el rastro de las sardinas aparecieran. Pero las cosa nunca suelen ocurrir como uno las piensa. Pasó, que el día esperado hacia muy mala mar, con lo cual, la deseada salida se frustró. Esperé un día más oportuno, pero continuaba la mala mar y el viento fuerte de levante no cesaba. Pasaron tres días hasta que amaneció uno bueno con un sol resplandeciente. Subí a la azotea en busca de las sardinas para poner en marcha mi ingenioso proyecto. Pero lamentablemente las sardinas, expuestas a la intemperie, se habían podrido. Bueno pensé, si están podridas mejor porque olerán más y serán más tentadoras (iba ciego). Y tanto que olían, ya que en mi marcha hacia la playa, la gente se iba apartando ante aquel olor nauseabundo. Al final llegue a la playa con mi equipo de pesca submarina, mi fusil y mi traje de neopreno. Una vez allí, até las sardinas a mi espalda como si fuera la cola de un cometa, y con paso decidido desfilé hacia el mar. A medida que iba avanzando al ritmo de mis pies de pato me di cuenta de que aquello no iba a funcionar. No solo no apareció ninguna lubina sino que los pocos peces que habían se largaron al ver a un tío con una ristra de sardina oliendo a mil demonios. Además mi imagen quedó deteriorada ya que la la gente que estaba en playa, donde había conocidos, se había apartado pensando lo chalado que yo debía de estar para colgarme aquella ristra de pescado podrido en el cinturón de plomos, fusil en mano y tirando mar adentro. Por otra parte, como estaban podridas, se iban deshaciendo de la línea de nylon, y yo iba sembrando el mar de unos pedazos de pescado putrefacto. Como para detenerme por contaminación marítima.

Tengo que decir, para finalizar este cuento, que mi obsesión por pescar la lubina mas grande fue un fracaso enorme, parecido a la del japonés y su sopa de pescado triturado (aunque en versión pobre). Y es que las obsesiones, para lo que sean, no son buenas para nada, porque nos hacen  actuar como imbéciles, hasta tal punto, que a veces caemos en el más grande de los ridículos.


Moraleja: No te obsesiones, porque no conduce a nada bueno. Puedes ser ambicioso en tu deseo pero serénate, piensa, y con constancia lograras tus objetivos. Eso si, tengo que añadir, al menos para no parecer tan lerdo, que con el tiempo, llegue a pescar lubinas de cuatro y cinco kilos. Fue con mi experiencia y buen hacer, y esto, sin llevar una ristra de sardina podridas a mi espalda como reclamo.

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