EL OJO DEL TERNERO
No se si he contado alguna vez, que antes de
dedicarme a la pintura trabajaba en el departamento de marketing de unos
laboratorios farmacéuticos. Me ganaba la vida como ilustrador anatómico. Una
parte de mi trabajo consistía en hacer ilustraciones minuciosamente detalladas,
de los diferentes órganos del cuerpo humano.
En forma de láminas-póster, eran
un obsequio para el medico especialista por parte de nuestros visitadores. Una
vez realizadas e impresas, los delegados iban con las ilustraciones
correspondientes a los diferentes doctores especialistas. Si se trataba de
promocionar un fármaco para los bronquios, la ilustración correspondiente
estaría reflejada por unos pulmones con sus respectivas ramas bronquiales y
realizada con todo lujo de detalles. Así, cuando hacían la visita se las
regalaban a los médicos debidamente enmarcadas al tiempo que contaban los
beneficios contrastados del nuevo fármaco. A diferencia de otros, este obsequio
era legal ya que era de divulgación médica. Las ilustraciones eran de buen
tamaño y estaban realizadas con la, por aquel entonces, novedosa técnica del
aerógrafo. El aerógrafo ahora ha sido sustituido por el Photoshop, pero en
aquellos tiempos era de lo más novedoso. Funcionaba a base de una pistola,
alemana o japonesa que despedía pintura muy controlada, y un compresor que la
hacia funcionar. Tengo que decir, que el resultado de las ilustraciones eran,
una vez terminadas e impresas, espectacular. Pero antes había que planificarlas
y después, pacientemente, realizarlas.
Yo, como he dicho, era el ilustrador y
diseñador gráfico, pero tenía de asesor al médico del departamento de marketing
que lo sabía casi todo del cuerpo (aun que nunca se sabe absolutamente todo de nada).
Con este médico, y a base de compartir conocimientos, nos hicimos grandes
amigos (los seguimos siendo puesto que ambos andamos vivos). Para ilustrar
disponía de los tomos de anatomía del laboratorio, pero lo que se pretendía era
dar algo muy novedoso y hacer láminas espectaculares sobre los diferentes
órganos del cuerpo humano.
Un día, de los previos al lanzamiento de un
producto ocular, el trabajo de la ilustración consistía en hacer un ojo
minuciosamente detallado. Pero el ojo en cuestión debía ser grande, muy grande
puesto que era el único elemento y la lámina eran de cincuenta centímetros por
setenta. Para lograr un buen resultado de tan espectacular ilustración, debía
ir guiado por mi amigo el médico, sobre todo para detallarme los músculos del
ojo y su compleja vascularización, así como, del iris la retina la cornea
etc... es decir, queríamos ir más allá de lo que en imágenes se daba en los
libros ilustrados. Además si tenía que ser un ojo de medio metro debía ser
diferente y muy rico en matices. Por consiguiente no teníamos más remedio que
informarnos a base de bien, para realizar dicho proyecto. Ambos éramos muy
perfeccionistas y nos pusimos manos a la obra. Era como pretender hacer de
Leonardo da Vinci, pero en los años ochenta del siglo veinte. Y para hacer del
Leonardo anatómico se requería del órgano en cuestión, o sea de un ojo.
Así pues, decididos y con el ánimo de hacer las
cosas bien, nos encaminamos al popular y turístico mercado de la Boquería con
el propósito de comprar un ojo bien grande, el más grande que se pudiese conseguir
en dicho mercado. Hacia un buen día y, chino chano, nos fuimos andando hasta
llegar al gran mercado, mientras que, por el camino, comentábamos pormenores
del nuevo reto gráfico. Una vez en La Boquería y después de recorrer varias
carnicerías y otros tantos puestos llamados de despojos (este nombre siempre me
ha parecido desacertado porque, quien es el que compra despojos para después
comérselos). Finalmente nos detuvimos en uno donde vendían vísceras (otra
palabra de mal digerir), eran especialistas en ello. El tendero, gordo,
corpulento y muy amable (la gente gorda suele ser más amable al revés de la
gente delgada), dispuesto y cuchillo en mano (siempre andan a punto para
despedazar algo), nos pregunto solicitó que queríamos. Le contestamos que un ojo
grande, el ojo mas grande que nos pudiese vender. El hombre nos contestó que
los ojos no iban sueltos sino que iban con su cabeza correspondiente. Le
dijimos que no a la cabeza, que en todo caso nos quedaríamos los dos ojos y
pagaríamos lo correspondiente al conjunto. El tío nos miró atentamente a la
espera de descubrir alguna cámara escondida para hacer algún gag (por aquellos
tiempos ya estaba de moda la cámara oculta) o algo para algún programa de
televisión. Pero ante la petición de que le repitiéramos el pedido, volvimos a
insistir que queríamos el ojo mas grande que tuviera, a poder ser muy fresco,
puesto que nos disponíamos a dibujarlo. El tío, por la
forma en que nos miró, debió pensar porque no dibujábamos un bodegón de flores
o frutas. Pero finalmente nos dio vendió los dos ojos, dijo que los dos o nada,
que no quería quedarse con una cabeza tuerta, que daba mala suerte. Le dijimos
que si, que nos quedábamos con ambos ojos y que nos los pusiera en una bolsa de
plástico, y sobre todo que fuese generoso en el corte, ya que nos interesaba
todo el contenido alrededor de los ojos.
Así fue como nos hicimos con el modelo, serían
los ojos de un ternero recién muerto. De regreso al laboratorio, para ponernos
manos a la obra y satisfechos por el hallazgo, nos fuimos a tomar un café. Uno,
no se bien porque, pero cuando consigue algo deseado, lo remata siempre con un
café. La cuestión es que entramos en uno muy animado. No había mesas libres así
que nos quedamos en la barra. Ya instalados en la barra pedimos dos cafés y
aparte, unos cubitos de hielo para mantener bien frío el contenido de la bolsa.
Hacia calor, puesto que estábamos a finales de junio y la temperatura era alta,
con lo cual debíamos tener cuidado en la conservación del par de ojos. El
camarero nos pregunto si lo que queríamos en realidad era café con hielo. Le
dijimos que no, que queríamos café y los cubitos de hielo en un vaso aparte.
Mientras nos servia, el camarero miraba la bolsa de plástico depositada en la
misma barra del bar (no queríamos perder los ojos de vista) y, en donde, a
través de una patina sanguinolenta, se adivinaban al tiempo que iban resbalando
dos ojos de mirada desviada pero penetrante. El camarero, no pudiendo resistir
ya mas la curiosidad, nos preguntó que había en aquella bolsa de aspecto
extraño. Yo le contesté: mire estos cubitos de hielo que nos ha traído son
precisamente para la bolsa y el tío continuó insistiendo y me dice: si pero lo
que hay dentro parece una cosa muy rara, como peces tropicales. Y ante la
extrema curiosidad del camarero (me molestan los tíos excesivamente curiosos) y
de que aquel momento estaba de buen humor, le respondí abriendo la bolsa y
haciendo patente la visión de los dos ojos sanguinolentos al tiempo que le
decía: se trata de un amigo nuestro que ha tenido un mal día y necesitamos un
poco de hielo porque sino no nos llegara vivo al trabajo. Reconozco que fue una
broma de dudoso gusto y una falta de sensibilidad por mi parte, pero cuando uno
trabaja en esto, llega un momento que ya no siente nada de aversión ni de asco
e incluso se permite hacer bromas. Al pobre camarero le dio una especie de
pasmo que si no llegamos a cogerle a tiempo, se nos desploma detrás de la
barra. Y mientras le dábamos aire con una servilleta, el tío iba diciendo
dirigiéndose a su colega: hay que asco Dios mío, hay la hostia, que horror
estos tíos están locos perdidos, se llevan unos ojos de no se que, y en una
bolsa como si fueran peces (el tío tenía un fijo con los peces) y se van a tomar café.
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