Hace unos años me compre
una casa. Una casa dentro del pueblo con una jardín. Era lo que habíamos
deseado siempre con Montse. Yo tendría mi estudio en la parte de arriba, y
ella, su jardín con árboles, plantas, flores, y además, su pequeño huerto para
cultivar lechugas, tomates, o lo que le viniera en gana.
Lo cierto es que estábamos
muy contentos con aquella adquisición. Con nuestros ahorros y un préstamo (no
una hipoteca, que siempre me han dado pavor) adquirimos la casa de la que
ahora, pasados unos años, nos sentimos orgullosos. El único problema es que, al
hacer este paso, nos separamos de nuestro buen amigo Emili, con el que habíamos
compartido como una familia de tres buenos amigos, diferentes apartamentos,
todos en la zona del barrio marítimo de Torredembarra. Tengo que decir que
nosotros estábamos orgullosos y contentos con nuestra amistad a tres (dos
hombres y una mujer). Los vecinos y la gente del pueblo quizá pensarían, y
esto, no nos importo nunca ni un bledo, que compartíamos todo.
Pero el tiempo pasa inexorable, y con ello
varían la circunstancias. Fue cuando nosotros, es decir Montse y yo tuvimos una
hija, y con ella, y al pasar de los años, un yerno, y luego nietos, y un perro,
y claro una cosa es compartir a tres, y otra es compartir a ocho; todo cambia,
y mucho. Con lo cual, y aprovechando que nuestro buen amigo se jubilaba y, que
recibió una suculenta indemnización, decidimos de común acuerdo, separarnos. El
se quedo con el apartamento del barrio marítimo, y nosotros, como ya he dicho,
nos compramos la casa antes mencionada. Bueno, hasta aquí todo parece una
narración de amistad de los más normal y como tal, no tendría más interés.
Cuando compras una casa, y
para que esta quede como Dios manda, se tiene que pintar, y por este lado,
viene lo singular de esta narración. Primero y para situarnos bien diré, que
estamos hablando de un tiempo en el qué, coincidiendo con el boom de la construcción,
no había pintores, ni enyesadores, ni electricistas ni nada, y los que habían
se tenían que pagar a precio de oro. En Tarragona se estaba construyendo al
ritmo de tres pisos por cada habitante y esto, en todo el territorio español.
Más tarde, es decir ahora, esta descomunal barbaridad la pagamos y la
seguiremos pagando por los siglos de los siglos. Además, he de decir que, como
no teníamos dinero, porque nos lo habíamos gastado con la compra de la casa,
nos pusimos manos a la obra.
Esto que viene a
continuación lo tengo que decir porque, podía haber sido una tragedia y
podíamos haber salido todos en los papeles, directa o indirectamente imputados
(esta palabreja la pongo porque últimamente, esta muy de moda). Y, para que si
alguien lo lee, le sirva de ejemplo para lo que nunca tiene que hacer, tenga o
no dinero.
He aquí más o menos lo
sucedido. A mis amigos les decía de pintar la fachada de la casa y me decían no
te preocupes, tu prepara un buen desayuno, que eso es pan comido. Prepare un
buen desayuno a base de arenques fritos con uvas y pan con tomate y buen vino
del priorato. Aquel día se me presentaron todos vestidos de pintores de
paredes, y me dijeron manos a la obra. Es decir: se zamparon el desayuno con un
hambre canina. Pero cuando se vieron subidos en el tejado para asomarse y desde
allí pintar la parte de arriba de la casa, les cogió el tembleque. Se pusieron
lívidos y me dijeron que mejor avisara los pintores (no tenía que haber puesto
priorato para beber). Y es que visto desde arriba, pintar una fachada de quince
metros de altura, es toda una odisea (al menos para mi que sufro vértigo).
Antes he de decir que el
que me hizo la casa, como deferencia, me prestó un andamiaje de mecanotubo y me
dijo: lo tienes que anclar bien, me parece que me dijo, y yo lo ancle como
pude. Pero me vio tan zote anclando andamios que me dijo: no te preocupes que
yo te lo montare. Aquel día, y después de ver el andamio montado, nacieron
grandes esperanzas. Así que, con la ayuda de mi querida hija y mi estimable yerno,
subimos al primer tramo del andamio con los potes de pintura y dispuestos a
pintar (estaba tan contento que sólo me faltaba que me tocaran la canción de
los enanitos de Blancanieves; Ayvo, ayvo, …la casa hay que pintar). Pero tengo
que decir que fue un rotundo fracaso. Me explicaré. Aquel día, desgraciadamente
y a pesar de nuestras ganas, hacia un fuerte Mistral que dispersó, a merced del
viento, gran parte de la pintura. Consecuencia: la mayor parte de los vehículos
que estaban aparcados en la calle aquel día, recibieron una cuantiosa lluvia de
pintura blanca en forma de nieve. Efecto: nos pasamos el resto del día (unas
seis horas) limpiando todos los coches del barrio (con propietarios tan
exigentes que más que limpiarles les bruñimos el coche).
Después de aquel penoso
episodio, los mismos personajes, nos subimos al andamiaje por segunda vez con los
estris para pintar (comprobando esta vez, que no hiciera nada de viento), y cuando
pusimos los pies en el segundo tramo, se pusieron todos los tubos a temblar, con
lo cual me dije: no subamos más porque nos la vamos a pegar, y no avises a tus
amigos porque, dada la primera experiencia, tampoco van a tener bemoles de
subirse más allá del primer piso.
Recurrí a unos moros, que,
en el pueblo, siempre están sentados al sol (no se sí meditan o que, pero
tienen una gran facilidad para estarse horas y horas al sol sin hacer
absolutamente nada) y les dije si querían colaborar, pagando claro está. El más
joven de los moros al sol, subió al andamiaje, no paso del primer tramo, y
tras hacer una inspección de tipo ocular
y notar un cierto tembleque bajo sus pies, y después de consultarlo con el
resto, me dijo: esto mucho peligro, muy difícil, tu caes andamio y rompes
cabeza y, luego ¿quien paga hospital?, y añadió, mira si tu quieres nosotros
subir a pintar, tu firmas papeles para nosotros, tu responsable del trabajo y
nosotros subir a pintar. Pensé, que aquello parecía más bien un tratado
contractual entre España y Marruecos. Conclusión: amigos no, moros al sol tampoco.
Pasaron los días y nadie
se atrevía a subir a aquel andamiaje tembloroso, hasta que llego un día
tormentoso, y un fuerte golpe de viento del Norte soplo tan fuerte, que el
andamiaje se cayó como un castillo de naipes. Se alejaba entonces la
posibilidad de pintar desde el andamio. La cuestión era que la fachada seguía
sin pintar. Pasaron los días y ante mi pasividad y falta de recursos (yo dejaba
correr los días esperando quizás una ayuda divina). Montse me decía: que
lástima con lo bonita que están las ventanas con las flores, y la fachada de la
casa sin pintar (las mujeres, por sutil reiteración, y siempre en los momentos
mas adecuados, encuentran la manera que te pongas manos a la obra, aunque como
en este caso, represente un peligro para tu vida). Mientras, ella iba poniendo
flores y mas flores en todas las ventanas, hasta el punto que la gente del
pueblo le llamaba la casa de las flores, pero añadían: es una lástima que la
fachada no este pintada del todo. Esto me lo contaba Montse, que se lo decían las
mujeres del pueblo cuando ella iba a comprar (de nuevo ejercía sobre mi, la
sutil presión para que pintara la fachada).
Un día, harto ya de
habladurías (sabemos que la paciencia tiene un límite), hablando con mi bien
amigo Emili (solidario a pesar de la separación) trenzamos una estrategia para
acabar de pintar la parte de la fachada que, por su altura, seguía sin pintar.
Y, a partir de ahí, viene lo más oscuro de este relato. Mi amigo siempre esta
pensando como pueden hacerse las cosas (posee un cerebro del tipo Lego), aunque
luego necesita a alguien para que realmente las ejecute, el es un poco remiso
en esto de ejecutar. Y el tío, de entrada, va y me dice, no sin buena lógica:
mira como que la casa es tuya, tu tendrás que correr el máximo riesgo (a mi me
sonó como que ya me tenía que ir despidiendo de este mundo), pero continuo, yo
veo una solución para abordar el problema y así terminar de pintar la parte de
la fachada que no esta pintada. Y me dijo solemne: la solución es la siguiente.
Tu te pones estirado encima de un tablón grande (quedaban aún tablones de la
obra y que aun no se habían retirado) y
yo te ataré bien atado a dicho tablón y luego, te saco por el marco de aluminio
de la ventana, justo por los extremos y entonces yo haré contrapeso para que no
te caigas. Y siguió: tu, mientras tendrás el rodillo preparado y lleno de
pintura, y así, en el espacio de tiempo en que permanezcas asomado, haces
correr el rodillo con rapidez por la pared pintando lo que falta; de esta
manera, saldremos cuantas veces sea necesario para completar el trabajo. He de
decir, para ser preciso y fiel al relato, que este trabajo se tenía que
realizar a unos quince metros de altura y que una caída con tablón incluido,
hubiese sido fatal (sobre todo, si después de la caída, quedaba yo debajo del
tablón).
Después de pensar en el
evidente riesgo de la propuesta de mi amigo y como que yo seguía sin dinero,
para contratar a los entonces privilegiados pintores de fachadas, probamos el
invento, y así, nos pusimos manos a la obra, yo atado al tablón con unas recias
cuerdas, era deslizado al exterior por el marco de la ventana, totalmente a
merced de la divina providencia y de los brazos y la fuerza de Emili y de que,
en aquel instante en que yo estaba expuesto a la ley de la gravedad, no le
cogiera un pasmo o algo parecido. El tío me sacaba, yo pintaba con prontitud y
a una velocidad de vértigo, y, a un aviso mío el tío me introducía dentro otra
vez y así sucesivamente, hasta, que más o menos, menos que más, terminamos
aquel peligroso y delirante trabajo. El resultado final fue bastante chapucero
por la rapidez de ejecución, ya que solo podía pintar cuando me hallaba en el
vacío, atado, rezando y rápido.
Ni que decir tiene, que si
a mi amigo se le hubiese caído el tablón conmigo atado a el, las especulaciones
de homicidio por parte de los mossos habrían sido muchas y variadas y
seguramente habríamos salido todos en los papeles, más o menos con el siguiente
texto. "Mujer y su amante atan al marido en un rústico tablón y lo tiran por
la ventana, poniendo como única e increíble excusa, de que el marido, bajo su
cuenta y riesgo quería pintar la fachada atado a un tablón y que,
accidentalmente, murió en el intento". Excusa que ningún mortal con
entendederas se hubiese creído. Sin lugar a dudas ambos hubiesen sido
declarados culpables. Montse (mi
estimada mujer hubiese sido enviada a Wad Ras) y Emili, mi buen amigo, el de
los inventos extremos, a la Modelo. (Todavía no existía Can Brians). Y yo
evidentemente, estaría en la cuarta dimensión.
Tengo que decir que
finalmente todo salió bien y que ahora nosotros disfrutamos de nuestra casa y
jardín y que nuestro amigo vive en el apartamento que antes habíamos compartido
y que, ahora, después de un arduo traslado, (traslado del que habláremos en otro
relato) en este momento vive solo y tranquilo en su retiro. Y que, Montse sigue
poniendo flores en las ventanas de la fachada, ahora bien pintada. Finalmente
cuando reuní dinero suficiente, contrate a unos pintores profesionales, que me
dejaron la fachada como Dios manda. Porque: como bien dice el refrán:
"zapatero a tus zapatos".
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