Cuento de
los tres hoteles.
En los
distintos viajes que he realizado junto con Montse, a lo largo de España, he tenido un seguido se sucesos que os voy a relatar. No
obstante, y para ser fiel a la verdad, decir que estos hoteles, son una excepción. Nosotros normalmente nos movemos por hoteles de tres
estrellas, y sin duda que a habido hoteles buenos y con un servicio excelente.
Pero, como siempre, lo normal no es noticia.
El hotel
camino a Burgos.
Por
supuesto señora que tenemos baños en las habitaciones. Mi mujer había ofendido aquel hombre vestido como Dios manda, y que vino
a recibirnos en la puerta del hotel. Íbamos caminó a Burgos y según nos contó el hombre, el hotel estaba situado en una antigua ruta del
camino de Santiago, aunque se trataba de una vieja ruta y, para desgracia del
hotelero, ya no pasaba casi nadie. Y no era de extrañar, puesto que el hotel estaba situado en un páramo desértico, en donde, como pudimos
ver, campaban a sus anchas, conejos y liebres de puntiagudas orejas (parecía que hubiésemos caído en el agujero del cuento de "Alicia en el país de las maravillas" pero en Burgos).
Era muy
tarde y hacia un frío que pelaba y por lo tanto
decidimos quedarnos en aquel extraño hotel, en medio de la estepa
burgalesa. El hombre, aún un poco enfurruñado con la impertinente pregunta que le había hecho Montse, nos acompaño a las habitaciones que,
efectivamente tenían un baño correcto. Después de desearnos una buena
estancia en su hotel, con lo cual ya nos decía, que el era el propietario,
nos recomendó la excelente cocina del hotel
para cenar. Nos aposentamos a la habitación con baño, abrimos las maletas y decidimos ir a cenar.
De camino
hacia el restaurante, y pasando por un largo pasillo, pudimos ver al mismo
hombre que nos había recibido, pero con un
delantal al uso, y que estaba pasando el aspirador a una habitación con la puerta semi abierta. Pasamos por diferentes
habitaciones y estancias y allí no piolaba nadie. Le dije a
mi mujer, que silencio y que raro que haya tan poca movimiento de clientes,
pero para tranquilizarla al verla algo inquieta, añadí: aquí estaremos bien, hay una paz de convento. Cuando legamos al
restaurante y ocupamos una mesa, vimos que había un trío de personas mayores, compuesto por dos mujeres
expectantes junto a un hombre sentado, pero dormido. El hombre ni se movía y creo que ni siquiera tenía plato en la mesa, hasta
llegue a dudar que estuviese vivo. Nos repasaron de la cabeza a los pies y
vimos que las mujeres cuchicheaban entre ellas. Nosotros ocupamos la otra mesa
del restaurante, puesto que sólo había dos mesas ocupadas en todo el comedor. Uno piensa que no
se debe de comer muy bien para que la gente del hotel no acuda a cenar. Más tarde me entere del porque. Aquellos tres personajes y
nosotros éramos los únicos clientes del hotel.
Al cabo
de un largo rato, se personó el maitre para tomar nota, y
cual fue mi sorpresa al comprobar que era el mismo que estaba en la recepción y que, más tarde, se estaba haciendo
las habitaciones, solo que en aquel caso iba de riguroso negro y llevaba una
gran medalla colgando en el cuello que le identificaba como experto somelier
(en todas las situaciones, el tío cuidaba mucho su
vestimenta). El hombre tomaba nota de lo que queríamos comer y, ante la duda,
nos sugirió carne. Le pedí un entrecot de Burgos a sabiendas de que por allí tienen una carne muy buena. El hombre, ya menos serio, me
dijo que si lo quería acompañado de patatas fritas y se fue para la cocina. Yo, en un
descuido de decirle que lo quería poco hecho y al ver que ningún camarero más aparecía, me acerque a la cocina, y ante el silencio le toque la
puerta con los nudillos. Vi al dúo que no paraba de observarme
y que, ambas mujeres, me hacia signos como de que entrara. Abrí despacio la puerta batiente, y ante mi sorpresa, comprobé que era también el mismo individuo, pero
esta vez ejerciendo de cocinero con un delantal blanco y gorro de cocinero; y
que me estaba haciendo el entrecot, muy concentrado en la tarea. Entonces pensé, coño o son todos parecidos, o
gemelos o en este hotel, este tío se lo hace todo.
Probablemente para ahorrar personal, en vista sobre todo a que ya nadie tomaba
aquel camino para ir a Santiago. No le dije nada y me senté de nuevo en la mesa. Al cabo de un rato apareció el hombre de nuevo vestido de maitre, me trajo el entrecot
al punto, acompañado de unas patatas fritas, más una ensalada que había perdido Montse, y que sin
duda había hecho el.
Al cabo
de un rato de estarme mirando sin apenas disimuló, una de las mujeres de aquel
singular grupo se dirigió a mi. Me dijo ¿usted es de Barcelona no?, lo he visto por la matrícula del coche (antes, las matrículas identificaban la zona de donde uno procedía, hasta que Aznar las quito, el quería que todos fuéramos españoles con las mismas chapas, como el decía) me dijo la mujer que sí íbamos a quedarnos muchos días por allí. Nosotros le dijimos que no, que máximo un día y que íbamos camino de Santiago. Pues mire, me confeso, nosotros
pasamos aquí las vacaciones. Yo me
pregunte que harían en aquel páramo desierto para pasar las vacaciones sino había más que conejos y liebres
(diferente si fueran cazadores). Se podían ir a cualquier hotel de la
costa brava, por ejemplo. O quizás, por ser asiduos clientes,
tenían aventuras complementarias,
como las del libro de Lewis Carroll
La noche
en el hotel paso sin incidentes. Por la noche miramos el mapa y vimos que el
Monasterio de Huelgas no estaba muy lejos de allí. Quedamos que al día siguiente y con un taxi nos acercaríamos al famoso monasterio. Al día siguiente y a la hora convenida estaba el taxi en la
puerta y ¿quién diríais que conducía el taxi?, pues el mismo que hacía de recepcionista, el que se encargaba de las habitaciones
y el que hacia los entrecots y las patatas fritas y las ensaladas y todo, o sea
el dueño del hotel.
Nos llevo
hasta el monasterio, y le pregunte sin ironía, si nos haría el también la visita guiada, pero nos
dijo que no, que el sabía sobre el tema, pero que nos
la haría otra persona de confianza,
es decir su mujer, la que iba de acompañante en el taxi (así todo quedaba en casa). Acabo la visita y nos llevo al
hotel. Los tres personajes del día anterior nos estaban
esperando en el vestíbulo del hotel. El hombre
continuaba dormido en una silla butaca, delante de un tablero de ajedrez (se debía haber quedado agotado pensando la jugada) y nos
preguntaron que tal había ido la visita. Las dos
mujeres se estaban divirtiendo jugando una partida de cartas y de tanto en
tanto observando el paso de algún conejo o liebre (igual
aparecía el conejo de la chistera y
la reina de corazones), era su diversión, y era el motivo para que se
pasarán un mes de vacaciones cada año...aquellos tres personajes debían ser el cincuenta por ciento de la facturación del hotel.
Al
despedirnos del dueño, nos dijo que nos esperaba
en el hotel para el siguiente año. Y, que si las cosas le iban
mejor, y finalmente, los peregrinos que iban a Santiago rectificaban y
retomaban aquella antigua ruta alternativa, el hotel mejoraría y como no, habría más personal. Pensé que, si lograba contratar una
sola persona más, aquel hombre se libraría de la mitad de sus obligaciones.
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