lunes, 26 de octubre de 2015

CUENTO DE OTOÑO

YO TUVE UN PERRO LLAMADO TURMIX


El otro día tuve que ir al veterinario para sacrificar a Lula, el perro de mi hija. Estaba totalmente sorda. Apenas veía y tenía dificultad para andar. Tenía la matriz desecha y además dieciséis años. Hace unos años, mi yerno tuvo que llevar a sacrificar a mi perro que se hallaba en parecidas condiciones al de mi hija. Quid pro quo. Después de ello te quedas hecho una mierda durante unos días y duermes mal, muy mal e incluso lloras. Pero al final, y como la memoria es selectiva para lo bueno, lo que te queda son los buenos recuerdos, e incluso los momentos complicados o peculiares que pasaste con el animal. Y es por ello, que os voy a contar dos anécdotas que me ocurrieron con mi perro pastor catalán.

Amaneció una hermosa mañana en la playa de Torredembarra. De aquellas mañanas que uno se sienta bien consigo mismo. Era temprano y tenia todo el día para disfrutarlo. El mar estaba plano sin apenas olas y estas iban a fundirse en una lenta cadencia con la arena. La única nota sobresaliente ante toda aquella placidez era un bañista que, a lo lejos, estaba nadando. Tenía el mar para él solo (ventajas de levantarse temprano) y se le veía disfrutar, ahora nadando en crol, ahora de espaldas y de tanto en tanto se sumergía, como un delfín vaya.

Al llegar a la playa dejaba suelto al Turmix (le puse este nombre porque de pequeño no paraba de dar vueltas sobre sí mismo). En la playa están prohibidos los perros, vayan estos sueltos o atados. Pero por aquella hora y teniendo en cuenta mi escrupulosa recogida de cacas incluso llevándome la tierra contaminada, lo dejaba correr a su aire. Entonces el perro salía disparado como un misil. Y como todo perro macho que se precie, lo primero que hacia era marcar el territorio en algo que sobresaliera. Y lo marcaba no sólo con la orina, sino con el complemento de una glándula que poseen para tal uso, y que dicho sea de paso huele a mil demonios. Pero aquella mañana no había nada sobresaliente en la playa. La arena estaba removida y aplanada a conciencia por el tractor de la limpieza que, como cada mañana de verano, pasaba a primera hora, dejando la playa al uso del turista que no del perro.

Las gaviotas, por aquellas horas, levantaban el vuelo al paso del Turmix. Y por delante y como paisaje, el mar y más arena removida y aplanada. Y en medio de toda aquella rigurosa limpieza, solo sobresalía un montóncito de toda la ropa que pueda llevar un individuo cuando sale de casa. Aquel promontorio, era la única nota de color de la playa. Y el nadador, confiado que en aquella hora de la mañana, nada ni nadie iba a interrumpir su baño ni tocar su ropa, seguía nadando tan tranquilo (a pesar del refrán: nadar y guardar la ropa). Pero, de repente, el Turmix se da cuenta de aquel montóncito de ropa tan bien puesto; ropa de marca y con las dos zapatillas simétricamente alineadas. Yo, desde lejos veo lo que puede llegar a pasar. Mi intuición me dice que la asociación del perro y aquel montóncito de ropa puede llegar a tener un mal final.

El hombre que se está bañando interrumpe su nadada. Seguramente también intuye de lejos que es lo que puede llegar a pasar entre su ropa y mi perro. Y finalmente sucede. Turmix olisquea el montocito de ropa con las zapatillas incluidas. Después ya no se piensa más y se dispone a marcar el terreno. Levanta la pata y se mea largamente. Yo me quedo petrificado. El hombre que se esta bañándo vocifera ostentosamente, levantando las manos y pegando saltos de indignación, al tiempo que, corriendo, se va acercando a la orilla.

En aquel momento, y ante la situación, yo barajo dos posibilidades. La primera y la más rápida coger al perro y largarme a toda prisa. El hombre no me alcanzaría puesto que aún tenía que salir del agua. La segunda era dar la cara y afrontar la situación. Descartó la primera y con valentía afrontó la segunda. Hablar con él bañista. El hombre resulta no ser agresivo pero me increpa lo del perro. Yo le digo que lo siento mucho y que gustosamente le pagaré la tintorería. El hombre me dice que mientras esté la ropa en la tintorería el que hace. Yo no me atrevo a decirle que siga bañándose o tome el sol. Me dice que le están esperando y que necesita ponerse aquella ropa pero no meada porque huele mal. Yo le digo que la moje toda en el mar y que la ponga a secar al sol. El tío me dice que si me estoy burlando de el y que encima de mearse en ella mi perro, ahora le digo una estupidez. Le doy la razón. Le comento que otra opción es que que me la de, para que yo pueda lavarla y mientras yo le proporcionaría ropa de la mía que iría a buscar a mi apartamento. El problema era que el tío media un metro sesenta y yo uno noventa y claro la ropa le iría como si el tío se hubiese encogido. Finalmente el hombre se largó cabreado y refunfuñando poniéndose su ropa que ya medio se había secado, pero que olía a perros.

Un día por la mañana salí a comprar el periódico. Era domingo y los domingos por la mañana todo el mundo está más o menos relajado, resacoso pero relajado. Yo me hallaba en el quiosco esperando comprar el periódico con el perro atado a mi vera. Esperaba detrás de aquel hombre impecablemente bien vestido (el domingo por la mañana es raro ver a un hombre tan bien vestido) y que, en aquel momento pagaba su periódico. El hombre se gira con su periódico en mano y el Turmix, como si le conociera de toda la vida, le pone las patas encima de su impoluta americana ensuciando su traje. El hombre se saca el perro de encima de mala gana y le da un empujón suplementario tirándolo encima de los periódicos. Yo le pido perdón por el perro y el tío me contesta que ni perdón ni narices y que tengo un perro mal educado y que debería llevarlo atado. Yo le digo que ya estaba atado, el tío me dice que se le ha echado encima y le ha manchado su traje. Y de paso, para provocarme, me dice que yo era tan mal educado como el perro.

El hombre, a mí lado, no era muy alto ni muy fuerte y además llevaba gafas. Me extrañó aquella actitud agresiva frente a otra persona que le pasaba un palmo. Yo, con ganas de calmarlo, le digo que ya le había pedido perdón y que si había alguien maleducado este era él, al no aceptar mis disculpas ante una evidente tontería causada por mi perro. Entonces el hombre se quita las gafas y se las pone en el bolsillo superior de la americana y me dice desafiante: que ahora vamos a ver quién era el maleducado. Yo le digo que si su intención era de que nos pegáramos antes tenía que buscar alguien que se quedara con el perro. También añadí que si me agredia, íbamos a ser dos contra uno, puesto que el perro se volvería contra el (ignoraba totalmente que hubiese hecho el loco de mi perro).

El hombre, mientras tanto, y lejos de calmarse iba repitiendo obsesivamente: que haber quien era el maleducado. Yo le insistí que o alguien vigilaba al perro, o tenía que llevarlo a mi casa y quedar emplazado para más tarde para intercambiar los golpes correspondientes. El hombre, obsesivo, me dice que me las apañé como quiera pero que aquello no iba a quedar asi. Entonces, por suerte, interviene el quiosquero y nos dice que nos calmemos. Yo le digo que calmado ya estoy, pero que el hombre no, y que está obstinado a iniciar una estúpida pelea. El quiosquero le pregunta al hombre sí lo quiere dejar correr. Finalmente el hombre le dice al quiosquero que vale, pero que si el perro vuelve a echársele encima, nos va a dar de hostias a todos. Una vez calmado aquel airado individuo, le di las gracias al quiosquero regresando a casa con el perro.
Por todo lo que he contado y, aunque fueron momentos delicados, me quedo con estos y otros buenos recuerdos. A los animales que has tenido tantos años a tu lado los quieres mucho. 

Cuando llega el momento crítico en el que sufren y no tienen ninguna calidad de vida, los tienes que sacrificar. Es duro, pero si no eres excesivamente egoísta tienes que hacerlo. Un animal no debe de sufrir innecesariamente. Alargarle la vida en estas condiciones es totalmente absurdo y cruel.

Siempre me quedará en la memoria aquellos días en que, por la mañana a primera hora, mi perro corría por la playa haciendo volar las gaviotas. 

CAL QUE NEIXIN FLORS A CADA INSTANT...


jueves, 22 de octubre de 2015

jueves, 1 de octubre de 2015