lunes, 9 de mayo de 2016

MEAM TUAM (cuento de primavera)

MEAM TUAM

Supongo que todos habréis pasado por la experiencia de ir al odontólogo, para la extracción de un diente o una muela careada. Todos sabemos que ocurre cuando el dentista, para calmar el dolor, te inyecta un potente anestésico en las encías. Es para que no veas las estrellas cuando te saca la muela. Después, cuando sales de la consulta, no sabes ni hablar, porque tienes una parte de la cara paralizada y cuando intentas beber algo liquido, este se te se desparrama por el lado dormido de la boca como si fueras bobo.

Pues bien, una citología urológica es algo parecido a lo del dentista, pero en la parte baja y practicado por un urólogo. Me explicaré. Hace ya un tiempo me detectaron un tumor en la vejiga (en catalán bufeta). Se detectó porqué de repente, un día por la mañana, la orina me salió roja. Pero como el día anterior por la noche había comido mucha col roja, no le di importancia pensando que era el color de la col, que había teñido la orina. Pero no fue la col roja sino sangre, ya que al cabo de un tiempo resultó ser un tumor instalado en la bufeta. Dicho tumor estaba limpio y me hicieron una recesión que consiste en meterte por el pito una cámara y un bisturí por el mismo sitio. Esto, obviamente, se tiene que hacer con mucho cuidado, dado la estrechez de dicho conducto.Y así, una vez introducido té operan mediante el microbisturi y un monitor que lo va viendo todo. Una vez hecha la recesión (así es como la llaman) el protocolo a tal intervención consiste en hacerse cada año una revisión. Esta anual revisión es para comprobar que la extirpación o recesión ha ido bien y de que no aparezcan más células tumorales por el horizonte.

Esta última vez, como cada año, fui a la Teknon para el control correspondiente. En este caso fue la doctora uróloga la que hizo la citología. Ya es un poco humillante y sin que esto suene a machista, que una doctora tome tu miembro flácido (en aquellos momentos el miembro no está para otras cosas) y te hagan lo mismo de cada año. Te introduce la cámara por el pito (debe de ser una cámara de espías de tan pequeña que es) y desde allí observe si está todo está bien, es decir si la vejiga está limpia. Pero antes de ello te avisa y te dice: para que que no le haga daño le pondremos una anestesia y dejaremos el conducto sedado. Veis, igual que el dentista. Pero yo que me había hecho aquello durante cinco años, jamás había tenido problemas como los que tuve al salir de la consulta, no sin antes haberme dado la enhorabuena y decirme que me daba el alta por haber pasado cinco años y estar todo correcto. Esto me puso contento y feliz. Cuando superas un tumor siempre te sientes aliviado. Lo que ya no me puso tan contento es lo que me pasó después.

Con mi mujer nos fuimos a la Illa a comprar. Concretamente al Fnac, ya que al día siguiente era San Jordi y a mi hija y nietos como cada año, les regalamos libros. Ya al salir de la clínica, y no sin antes haber hecho un pis de precaución, le dije a mi mujer. Es raro pero no me la noto. Y la verdad es que no me la notaba. A mí me gusta notármela, llevamos muchos años juntos y no quisiera perderla. Hasta me palpé la entrepierna para comprobar si seguía en su sitio. Y si, efectivamente, allí estaba, lánguida y sedada, pero presente.

Al llegar a la Illa aparqué en el enorme parking con los iconos de las tortugas, delfines, rinocerontes y demás animales y que, si no vas al tanto, no sabes nunca en dónde has dejado el vehículo. Al bajar del coche note una cierta humedad en la entrepierna. No había traspasado los pantalones pero una cierta cantidad de líquido había salido descontrolado de la flácida, sin que yo le diera orden alguna. Aquello me preocupó y se lo dije a mi mujer. Ella me tranquilizo diciéndome que era la quinta vez que me lo hacían y no había pasado nunca nada y que no iba pasar ahora que ya tenía más experiencia. Yo le respondí, que quizás, la doctora se había pasado con la dosis. Que al verla tan dócil e inane, la compensara con una generosa dosis de fría anestesia, para que luego, la pobrecita, no tuviese dolor.

Si te gusta el buen jamón acompañado de un un buen vino, o con cava bien frío y estás en la Illa ves al Andreu. Es una parada obligatoria. Tienen el mejor jamón ibérico. Te lo sirven con un pan exquisito, sólo o con bríe y es, una delicia. Nos sentamos en la barra y yo pedí, al igual que mi mujer, mi coca de jamón acompañada de una fría cerveza alemana. Y justo al terminar, el buen

jamón fue a parar de mi paladar a mi estómago. Pero, la helada cerveza fue de mi paladar a mi vejiga y de mi vejiga salió disparada directamente a la entrepierna de mis pantalones. Ya no era una humedad interior, era una meada total. Mi estado al levantare de la barra del Andreu era absolutamente lamentable, puesto que tenía toda la parte izquierda (es por donde suele descansar la flácida ) completamente mojada.

Tuve que sacarme el chaleco que llevaba y ponérmelo delante mismo de la enorme mancha, para que no se viera que me había meado en los pantalones. Le dije a mi mujer. Y ahora qué hacemos, si tenemos que ir a buscar al doctor y a su esposa para llevarlos a Torredembarra. Ella dijo. Mira, como que te tienes que comprar unos pantalones nos vamos a Zara y te pones los nuevos y ya está, problema resuelto. Lo hicimos de esta manera y yo con el chaleco y el bolso por delante llegamos a Zara Man situado en la misma Illa. Suerte, que cuando mayor te haces, ya menos vergüenza tienes. Ah tengo que decir, que cuando iba a los servicios de la Illa, la flácida ni caso, ni gota. Y yo me pasaba el rato viendo como, a mi lado, los tíos iban llegando, meaban y luego se iban. Yo, mientras, con la desobediente en mano, parecía un mirón de urinario. Suerte tuve que nadie me dijo nada.
.
Escogimos uno pantalones de mi talla y entramos en el probador. Pero, con la nueva moda, y no se porque motivo, los pantalones son estrechos de abajo. Como yo andaba apurado, fuera de control y tenía ganas de salir de aquella embarazosa situación, me calcé los pantalones rápidamente. Y, quiero suponer, que con el esfuerzo de subirme los pantalones que, por estrechos, se habían quedado encallados en mis juanetes, hizo que la flácida, ya sin control alguno volviera a activarse y derramar la otra media cerveza, más la copa de cava que quedaba en mi bufeta, al centro mismo de la prenda por estrenar. Consecuencia: los nuevos pantalones de Zara, mojados en toda la entrepierna. Hasta las mismas etiquetas estaban meadas. Y, aún nos quedaba pasar por caja y pagarlos. Cuando llegó mi turno (en Zara siempre hay cola para pagar) Le dije a la cajera en tono solemne, ya un poco alterado y antes que esta abriera la boca: mire usted cobre los pantalones y póngalos dentro de una doble bolsa y haga el favor de no preguntarme nada. Está entendido añadí, y la chica algo desconcertada, me dijo que si señor, no se apure. Pagué y nos fuimos.


Quedaba el último eslabón. Había quedado con una pareja de buenos amigos en pasarlos a recoger para llevarlos de vuelta a Torre. Durante el viaje se lo conté al doctor (al médico que curó a mi mujer). Este me dijo que me habían dormido el esfínter de la vejiga y quizás con una dosis excesiva y que yo no tenía que haber bebido líquido en unas horas y que todo lo que había pasado era consecuencia de que tenía el esfínter de la vejiga dormido. Yo no tenía constancia de que también había un esfínter en la vejiga que controlara el pis, creía que sólo lo teníamos en el culo. Pero el buen doctor me aleccionó de que, cada conducto de salida del cuerpo necesita un control, y que yo había perdido el mío.

Cuando llegamos a casa, la flácida empezaba a despertar y en los días siguientes despertó del todo y entonces noté, aún con dolor, como, a una orden expresa, bajaba plácidamente el río de la vida.



Meam tuam, abril 2016