domingo, 13 de octubre de 2013

CUENTO DE OTOÑO. Hoteles poco recomendables 2


El hotel camino a Ourense.

Aquel hotel estaba plantado pasado un puente y muy cerca de Orense, y yo estaba cansado de conducir, y era casi de noche y le dije a Montse, mira este hotel parece bastante nuevo, y para pasar una noche creo que no estará mal. Cenáremos, nos quedaremos a dormir y, al día siguiente, descansados seguiremos haciendo camino.

Cuando aparcamos el coche ya vi que aquel era un hotel más que singular. En el parking del hotel había un hombre con una gorra roja, camiseta y pantalones con tirantes que, con un barreño y un mocho pelado, estaba fregando los aparcamientos; yo pensé, que raro fregando un aparcamiento exterior y a estas horas (era casi de noche). Pero observando bien, ya se veía, por los movimientos pendulantes que hacia, que el fregador no tenía todas las luces, y cuando iba a aparcar, el tío me decía: no no aparque aquí, que lo voy a fregar y cuando después de hacer la maniobra iba a aparcar en otro sitio libre, venía el tío con el cubo y el mocho pelado y me decía que no, que no aparque allí porque este tampoco estaba limpio y que lo iba a fregar. Y yo pensé, que aquello había empezado mal, pero al final vino el propietario del hotel y después de reprender al hombre, sacarle la gorra, darle un gorrazo y volvérsela a poner, me dijo que aparcara donde quisiera.

Una vez aposentados, le dijimos al hombre que nos apetecía cenar. Uno cuando está en Galicia enseguida piensa en los pimientos del padrón o en el pulpo a la gallega, o mariscos propios de la zona. Pero el tío nos dijo que no tenía nada de todo esto, y que lo que tenía era queso y pan y embutidos. Bueno dices, mira un poco de queso de la región y teta gallega con un tinto de por aquí no estará mal. Pues no, el tío no tenía más que un queso de bajá calidad envasado al vacío, pan Bimbo, y el vino era una especie de don Simón en tetra brick. Cenamos de puta pena. De camino hacia la habitación, y al pasar por los pasillos, Montse me hizo notar un fuerte olor a spray para moscas y mosquitos. Yo le dije que era el olor propio de la desinfección, y pensé que el tío de la gorra roja, el que estaba fregando el parking, se había hecho antes, todas las habitaciones del hotel.

Llegamos a la habitación y al colocar las maletas, vimos en la parte inferior del armario toda una colección de sprays de todos los tamaños y marcas, colocados en batería, y todos ellos con el propósito para eliminar mosquitos y moscas (parecía como si un viajante de este tipo de productos, se hubiese olvidado allí todo el muestrario). Otro argumento podría ser, que los del hotel fueran sumamente previsores y que si entraba una mosca o mosquito en la habitación, podías escoger entre aquellas armas mortíferas y eliminarlos. De todas formas no dejaba de ser un poco raro todo aquel extenso muestrario de sprays. En los armarios normalmente te encuentras perchas y no aquello. No tardaríamos mucho rato en saber para que servían dichos sprays. Ante la ausencia de aire acondicionado y como que hacia calor, abrimos las ventanas para que entrara airé puro del exterior. Pues bien, aquel hotel debía estar al borde de un pantano o algo parecido, porque lo que entraron a mansalva fueron mosquitos, y entonces comprendimos el porque de aquel enorme stock de sprays antimosquitos. Pero a nadie que piense un poco, se le ocurriría rociar de spray una habitación, si luego vas a dormir en ella, a menos que no vayas provisto de máscaras antigás. Así pues, matamos a todo los que habían osado entrar, a golpe de periódico, dejando muestras de sangre en las paredes y rastros de mosquitos convenientemente aplastados, para que no nos pudiesen picar durante el sueño. Después de la batalla estábamos aún más cansados y después de aquella opípara cena, decidimos que lo más adecuado sería descansar, y mañana ya amanecería otro día. La cuestión es que apagamos la luz y decidimos dormir.

En la oscuridad de la habitación oíamos unos ciertos zumbidos, como de elementos que iban de aquí para allí, pero pensamos que no podían ser de los mosquitos, pues, presumiblemente los habíamos eliminado a todos, craso error, porque aquellos sigilosos desplazamientos y zumbidos en la oscuridad no cesaban. Al cabo de un rato de estar la luz apagada decidimos encenderla. Increíble espectáculo, en el cabezal de la cama y justo encima nuestro, estaban formados y prestos a atacarnos así que nos hubiésemos dormido, como treinta mosquitos (sin exagerar) adheridos a la pared y a punto para la sangría. La sangría la hicimos nosotros, puesto que provistos de los plásticos informativos del hotel, decidimos acabar con ellos. Y parecía que estuviésemos tan zumbados, al menos como el fregador del parking, pues subidos por las camas y por las sillas eliminamos a todos aquella formación de mosquitos gallegos. Las paredes quedaron salpicadas de mosquitos aplastados y de la sangre de antiguos residentes. Sumados a los de antes, las paredes formaban un mosaico de salpicaduras parecido al frontis de un coche blanco, cuando se han hecho cinco mil kilómetros de carretera.

Al día siguiente había cola en la recepción del hotel. Se trataba, sin duda, de una huida masiva de clientes. Todos ellos con picaduras evidentes en el cuerpo, y con caras de pocos amigos, abandonaban el hotel, no sin antes decirle cuatro cosas al dueño. En el parking, el tío de pocas luces, estaba de nuevo fregando los aparcamientos, mientras que con una ancha sonrisa, y con la mano libre del mocho, se iba despidiendo de los clientes del hotel, sacándose la gorra roja. Era el único que se lo pasaba bomba.




No hay comentarios: