lunes, 9 de noviembre de 2009

Con los dedos



Me gusta comer con los dedos. En la posada del peine (casa de Monty y Amparo) las sardinas las comemos con los dedos (se deben comer con los dedos porque saben mucho mejor); se cogen por la cabeza y la cola y tras, tras y a la boca. Los calçots también se comen con las manos; en las memorables calçotadas de Rodanya en casa de Joan se cogen los calçots con los dedos y después de mojarlos en la salsa Romesco (extraordinario descubrimiento de la gastronomía catalana) patapam, al buche. En Marruecos se come el cuscus con los dedos y es una gozada (esto si, cada uno come de su parte de la cuscusera sin invadir la parte del otro).

Pero como esto no es un blog gastronómico os diré porque lo cuento. Un día me pregunté porque no pintar con los dedos si eran más sensibles que el pincel (me gusta hacer cosas nuevas y con los dedos aún más) y me puse manos a la obra y pinté estos dos retratos; uno fue un autorretrato (cuando quieres experimentar lo que tienes más a mano es tu propio rostro) y el otro oleo fue un retrato de Eva (estoy hablando de hace ya unos años y por ello la veréis con cara de niña). Bueno, pues una vez terminados, y después de comprobar que, efectivamente tenían sus calidades, comprendí, que el trazo del pincel como prolongación de la mano era una inestimable e insustituible herramienta para pintar. Después (el experimento no quedó en saco roto) lo que he hecho a partir de aquellos dos óleos fechados en el 83 ha sido que, en algunas fases de la pintura, dar unos toques con los dedos (sobre todo con blancos de zinc).

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