jueves, 2 de abril de 2015

CUENTO SEMANA SANTA 2015

EL OJO DEL TERNERO
No se si he contado alguna vez, que antes de dedicarme a la pintura trabajaba en el departamento de marketing de unos laboratorios farmacéuticos. Me ganaba la vida como ilustrador anatómico. Una parte de mi trabajo consistía en hacer ilustraciones minuciosamente detalladas, de los diferentes órganos del cuerpo humano. 
En forma de láminas-póster, eran un obsequio para el medico especialista por parte de nuestros visitadores. Una vez realizadas e impresas, los delegados iban con las ilustraciones correspondientes a los diferentes doctores especialistas. Si se trataba de promocionar un fármaco para los bronquios, la ilustración correspondiente estaría reflejada por unos pulmones con sus respectivas ramas bronquiales y realizada con todo lujo de detalles. Así, cuando hacían la visita se las regalaban a los médicos debidamente enmarcadas al tiempo que contaban los beneficios contrastados del nuevo fármaco. A diferencia de otros, este obsequio era legal ya que era de divulgación médica. Las ilustraciones eran de buen tamaño y estaban realizadas con la, por aquel entonces, novedosa técnica del aerógrafo. El aerógrafo ahora ha sido sustituido por el Photoshop, pero en aquellos tiempos era de lo más novedoso. Funcionaba a base de una pistola, alemana o japonesa que despedía pintura muy controlada, y un compresor que la hacia funcionar. Tengo que decir, que el resultado de las ilustraciones eran, una vez terminadas e impresas, espectacular. Pero antes había que planificarlas y después, pacientemente, realizarlas.
Yo, como he dicho, era el ilustrador y diseñador gráfico, pero tenía de asesor al médico del departamento de marketing que lo sabía casi todo del cuerpo (aun que nunca se sabe absolutamente todo de nada). Con este médico, y a base de compartir conocimientos, nos hicimos grandes amigos (los seguimos siendo puesto que ambos andamos vivos). Para ilustrar disponía de los tomos de anatomía del laboratorio, pero lo que se pretendía era dar algo muy novedoso y hacer láminas espectaculares sobre los diferentes órganos del cuerpo humano.
Un día, de los previos al lanzamiento de un producto ocular, el trabajo de la ilustración consistía en hacer un ojo minuciosamente detallado. Pero el ojo en cuestión debía ser grande, muy grande puesto que era el único elemento y la lámina eran de cincuenta centímetros por setenta. Para lograr un buen resultado de tan espectacular ilustración, debía ir guiado por mi amigo el médico, sobre todo para detallarme los músculos del ojo y su compleja vascularización, así como, del iris la retina la cornea etc... es decir, queríamos ir más allá de lo que en imágenes se daba en los libros ilustrados. Además si tenía que ser un ojo de medio metro debía ser diferente y muy rico en matices. Por consiguiente no teníamos más remedio que informarnos a base de bien, para realizar dicho proyecto. Ambos éramos muy perfeccionistas y nos pusimos manos a la obra. Era como pretender hacer de Leonardo da Vinci, pero en los años ochenta del siglo veinte. Y para hacer del Leonardo anatómico se requería del órgano en cuestión, o sea de un ojo.
Así pues, decididos y con el ánimo de hacer las cosas bien, nos encaminamos al popular y turístico mercado de la Boquería con el propósito de comprar un ojo bien grande, el más grande que se pudiese conseguir en dicho mercado. Hacia un buen día y, chino chano, nos fuimos andando hasta llegar al gran mercado, mientras que, por el camino, comentábamos pormenores del nuevo reto gráfico. Una vez en La Boquería y después de recorrer varias carnicerías y otros tantos puestos llamados de despojos (este nombre siempre me ha parecido desacertado porque, quien es el que compra despojos para después comérselos). Finalmente nos detuvimos en uno donde vendían vísceras (otra palabra de mal digerir), eran especialistas en ello. El tendero, gordo, corpulento y muy amable (la gente gorda suele ser más amable al revés de la gente delgada), dispuesto y cuchillo en mano (siempre andan a punto para despedazar algo), nos pregunto solicitó que queríamos. Le contestamos que un ojo grande, el ojo mas grande que nos pudiese vender. El hombre nos contestó que los ojos no iban sueltos sino que iban con su cabeza correspondiente. Le dijimos que no a la cabeza, que en todo caso nos quedaríamos los dos ojos y pagaríamos lo correspondiente al conjunto. El tío nos miró atentamente a la espera de descubrir alguna cámara escondida para hacer algún gag (por aquellos tiempos ya estaba de moda la cámara oculta) o algo para algún programa de televisión. Pero ante la petición de que le repitiéramos el pedido, volvimos a insistir que queríamos el ojo mas grande que tuviera, a poder ser muy fresco, puesto que nos disponíamos a dibujarlo. El tío, por la forma en que nos miró, debió pensar porque no dibujábamos un bodegón de flores o frutas. Pero finalmente nos dio vendió los dos ojos, dijo que los dos o nada, que no quería quedarse con una cabeza tuerta, que daba mala suerte. Le dijimos que si, que nos quedábamos con ambos ojos y que nos los pusiera en una bolsa de plástico, y sobre todo que fuese generoso en el corte, ya que nos interesaba todo el contenido alrededor de los ojos.
Así fue como nos hicimos con el modelo, serían los ojos de un ternero recién muerto. De regreso al laboratorio, para ponernos manos a la obra y satisfechos por el hallazgo, nos fuimos a tomar un café. Uno, no se bien porque, pero cuando consigue algo deseado, lo remata siempre con un café. La cuestión es que entramos en uno muy animado. No había mesas libres así que nos quedamos en la barra. Ya instalados en la barra pedimos dos cafés y aparte, unos cubitos de hielo para mantener bien frío el contenido de la bolsa. Hacia calor, puesto que estábamos a finales de junio y la temperatura era alta, con lo cual debíamos tener cuidado en la conservación del par de ojos. El camarero nos pregunto si lo que queríamos en realidad era café con hielo. Le dijimos que no, que queríamos café y los cubitos de hielo en un vaso aparte. Mientras nos servia, el camarero miraba la bolsa de plástico depositada en la misma barra del bar (no queríamos perder los ojos de vista) y, en donde, a través de una patina sanguinolenta, se adivinaban al tiempo que iban resbalando dos ojos de mirada desviada pero penetrante. El camarero, no pudiendo resistir ya mas la curiosidad, nos preguntó que había en aquella bolsa de aspecto extraño. Yo le contesté: mire estos cubitos de hielo que nos ha traído son precisamente para la bolsa y el tío continuó insistiendo y me dice: si pero lo que hay dentro parece una cosa muy rara, como peces tropicales. Y ante la extrema curiosidad del camarero (me molestan los tíos excesivamente curiosos) y de que aquel momento estaba de buen humor, le respondí abriendo la bolsa y haciendo patente la visión de los dos ojos sanguinolentos al tiempo que le decía: se trata de un amigo nuestro que ha tenido un mal día y necesitamos un poco de hielo porque sino no nos llegara vivo al trabajo. Reconozco que fue una broma de dudoso gusto y una falta de sensibilidad por mi parte, pero cuando uno trabaja en esto, llega un momento que ya no siente nada de aversión ni de asco e incluso se permite hacer bromas. Al pobre camarero le dio una especie de pasmo que si no llegamos a cogerle a tiempo, se nos desploma detrás de la barra. Y mientras le dábamos aire con una servilleta, el tío iba diciendo dirigiéndose a su colega: hay que asco Dios mío, hay la hostia, que horror estos tíos están locos perdidos, se llevan unos ojos de no se que, y en una bolsa como si fueran peces (el tío tenía un fijo con los peces) y se van a tomar café.


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