miércoles, 19 de diciembre de 2012

Cuento de Navidad. El nadador


Siempre me ha gustado nadar, sobre todo en el mar. Si por mi fuera estaría nadando todo el año, pero amigos, el agua a partir del mes de noviembre y hasta marzo esta fría, muy fría. Para mi, el nadar ha sido el sustituto deportivo al juego de las palas. Todo vale para mantenerse en forma. Hace años que jugaba a las palas, aunque ahora se le llama tenis playa, y al cual juega cada día más gente con raquetas más sofisticadas (ahora a las palas las llaman raquetas). Yo había jugado mucho, pero mis rodillas me han obligado a buscar otras alternativas para hacer deporte y es por esto que me he inclinado por la natación; recomendada por mi traumatólogo, de la cual dice que va muy bien para el cuerpo y que, de ninguna manera te puedes lesionar, en todo caso, sólo te puedes ahogar. Aparte de esto, ahora, si bajas con una pala bajo el brazo con ganas de jugar se te puede hacer de noche, antes de que alguien te diga si quieres entrar en una partida. Me he vuelto invisible (la edad no perdona). Invéntate juegos para esto.

El inconveniente de nadar en el mar es que tienes que estar pendiente de si hace buena o mala mar y si las banderas son aptas para nadar. Bueno, la cuestión es que para poder nadar en los días fríos me he comprado un traje de nadador de estos que usan los que hacen triatlón. Se trata de un traje de neopreno de tres milímetros de grosor de cuerpo entero, y que te permite nadar hasta en los meses en que la temperatura del agua ha bajado tanto, que en el mar solo quedan los peces y tu. Este traje me lo compre en el decatlón bajo el asesoramiento de una experta vendedora en temas acuáticos. Me dijo la vendedora: con este traje, más el peto de tres milímetros (una especie de zamarra negra) más el gorro y los escarpines le van a permitir nadar casi todo el año. Sólo hay un inconveniente, añadió la experta del decatlón (esto me sonó como una advertencia bíblica): y es que tendrá que ir a nadar acompañado (me debió ver algo mayor), porque sí bien el traje es bueno para evitar el frío, tiene un problema que es bajarse la cremallera; bueno bajarse la cremallera y subirla, puesto que dicha cremallera esta en la espalda y las dificultades para hacer ambas cosas, son de lo más complicado que uno pueda imaginarse. Y tenía razón la vendedora. Yo os voy a contar mi caso, y de lo que me pasó un día de buena mar apta para nadar, o sea: bandera verde y el mar tranquilo. Para estar seguro de todo el equipo que me iba a comprar, antes me lo probé en una de los pequeños probadores del decatlón y, para ponérmelo, ya estuve a punto de sufrir un ataque de pánico (pero nada comparado a lo que me paso posteriormente). 

Para mi hora de natación, bajo al barrio marítimo donde hay un conjunto de barcas, casi todas propiedad de mi hermano, puesto que todos los que las han ido dejando se las han pasado a mi hermano (gran amante de las barcas) para que haga su mantenimiento (abandonar una barca es duro). Bien, pues en una de estas barcas tenemos el punto de partida. En ella dejo mi ropa y calzado, mientras tanto, Montse se va a caminar, normalmente en dirección a los pinos (lugar de referencia en Torredembarra). De tal forma que cuando ella llega de la caminata, me espera a que yo salga del agua y así, de esta manera, me baja la cremallera de marras y yo me quito el traje sin más problemas. Pero amigos, este día Montse se había ido a comprar después de haber hecho su caminata (y, ya se sabe, cuando una mujer se va a comprar, y mas en estas fechas, tarda un huevo). La cuestión es, que cuando salí del agua, ella no estaba en la barca para bajarme la cremallera (dicho así parece una estrofa de una canción picante). Parece una solemne tontería esto de bajarse una cremallera situada en la espalda de un traje de neopreno, bueno quizás si para un profesional pero yo no lo soy. Además tengo una cierta artrósis en ambos codos, con lo cual mi movilidad de brazos se ve un tanto reducida. Así es que no tenía más remedio que hacerlo por mi cuenta. De entrada pensé que no iba a ser tan difícil y que sí la habían puesto en la espalda pues sería posible (al menos para la mayoría de los mortales). Mi primera intención fue Intentar llegar a la cremallera por el gesto normal de acceder a mi espalda y coger el tirador de la misma (Llamo tirador a una cinta que va conectada al cierre de la cremallera). Y la verdad es que si, con esfuerzo se podía coger el tirador, pero amigos, bajarla no me era posible, porque, como tienes que bajarla recta hacia abajo y con una sola mano, al hacer el movimiento hacia abajo, la tendencia es que se te vaya hacia los lados y entonces la cremallera no corre. Lo intenté con la izquierda y luego con la derecha y no había manera. Me encontraba en esta estado cuando me di cuenta que en casa del Bofill (una torre emblemática del barrio marítimo) había una mujer (del tipo marujona) que me estaba mirando, la mujer había dejado de leer lo que estuviera leyendo y tan solo prestaba atención a mis torpes movimientos. Yo pensé que en vez de estar mirando me podía echar una mano la muy zorra. Pero bueno, yo también le hubiese podido pedir ayuda. La cuestión es que me sabia mal, que por una cosa tan tonta como bajarse una cremallera me tuviesen que auxiliar (uno con la edad se vuelve más orgulloso). Finalmente y después de varios intentos en el que se me agarrotaron mis maltrechos y fríos codos, ya no podía llegar con mis manos al extremo de la puta cremallera. Estaba cogiendo frío y Montse no venía, y la tía de la torre continuaba mirando. Lo que hice acto seguido para poder agarrar el extremo de la corredera, fue dar un rápido y enérgico movimientos de hombro, acompañado con un saltito, con sacudida e impulso incluido, para ver si el maldito extremo subía hacia arriba, y mientras hacía este gesto doblaba la parte superior del cuerpo hacia abajo, para ver si así asomaba la cabeza de la cinta, pero la jodida cinta rebotaba y volvía a su sitio. Yo mientras, miraba a mi alrededor no fueran a creerse la gente que me había cogido una pájara todo vestido de negro y con el gorro puesto. Menos mal que la mujer que estaba mirando se había ausentado, y pensé que ya se había cansado de mirar, bueno, así no me vera más haciendo el número. Luego dejé aquellos movimientos un tanto extraños y me concentré. Uno, cuando esta en estas situaciones se tiene que poner a pensar a fondo para poder salir de ellas. Entonces me tumbe encima de la barca (la barca tiene unas maderas encima que la protegen) y me dije: así de esta manera me cansaré menos y podré asir la cinta para bajar la cremallera. Con esto, mire hacia la torre y ya había vuelto la mujer, esta vez con otra mujer (también del tipo marujona) con la cual estaban cuchicheando, sin parar de mirarme. Aquello me estaba incomodando pero yo tenía que ir a lo mío. En aquel momento en la casa ya eran tres, puesto que se había añadido un niño con su perro y me estaban mirando descaradamente esperando el desenlace. Luego, ya sin pudor, fui reptando hasta el borde de la barca y me dije, si me asomo lentamente, el extremo de la cremallera caerá (por la ley de la gravedad) y entonces la podré coger y así de esta manera, tumbado, la bajare tirando con  ambas manos. Nada, imposible. Después, ya como última solución, me puse de rodillas como sí me fueran a ejecutar y decidí que, con esta postura, seguro agarraría bien el extremo, y entonces si la podría bajar. En aquel momento, desde mi humillante posición veía a los de la torre que habían ladeado la cabeza (incluido el perro) para verme la cara. Hasta qué, finalmente, y después de un cuarto de hora haciendo el número, llego Montse y la bajó. Y pensé en la madre que los parió a los que inventaron el traje: podían haber puesto la jodida cremallera delante. Porque ¿alguien me puede decir, porque las cremalleras de los trajes de neopreno para nadar, van a la espalda?.

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